¿Qué pretende este blog?


Mi blog pretende realizar una crítica, lo más completa posible, de los principales hoteles europeos, así como proporcionar instrucciones y usos de protocolo y buenas maneras tanto a los profesionales del sector como a los huéspedes de los establecimientos. Como se observa, todo está basado en la independencia que me caracteriza, no perteneciendo a ninguna empresa relacionada con este mundo. Soy un consultor independiente. Personalmente he visitado cada uno de los locales de los que hablo en este blog.
Es mi capricho, del que llevo disfrutando varios años y quiero poner mis conocimientos y opiniones a disposición de todo aquel que quiera leerlos.
La idea surgió al no encontrar nada en la red - ni siquiera en inglés - sobre auténticas críticas de hoteles, al margen de comentarios de clientes enfadados que "cuelgan" sus quejas en distintas webs como un simple "derecho al pataleo" sin intento alguno de asesorar, construir o mejorar.
Muchas gracias por vuestra atención y colaboración.

jueves, 14 de junio de 2012

Las "low cost"

Grupo esperando la salida del vuelo Ryanair desde la puerta de embarque del aeropuerto de Alicante con destino Barcelona


 



Últimamente intento no viajar en avión. Prefiero el burro o la bicicleta. Y no es porque no me guste volar, que me encanta. Es por un tema de costes económicos; mi psiquiatra me desploma la mastercard cada vez que voy a verle.
Siempre he sido amigo de las "low cost", incluso anteponiéndolas a las compañías regulares. Pero ya lo mismo me da Ana que su hermana. Nunca entenderé porqué comiendo muchos huevos me estalla el hígado y porqué comiendo mucho hígado, no me estallan los huevos, con perdón. Así que ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Yo evito el avión a toda "cost"  y, como Juan Palomo, a tomar por saco.

La gota que colmó el vaso me sucedió la otra semana en el aeropuerto de Alicante. Debía tomar un vuelo intercontinental a Barcelona, de esos larguísimos que duran 35 minutos en el aire. Me encontraba con mi acompañante en Murcia, esa tierra del "acho, huevoh, pijo" a unos 67 grados Celsius a la sombra. Como debía estar cuatro días con sus cuatro noches en la ciudad Condal y mi viaje no tenía regreso a Murcia en avión, opté por pagar 80 euros de taxi hasta el aeropuerto de El Altet. Puesto que mi acompañante se enerva si coge un avión con el tiempo justo, salimos de la capital de la Costa Cálida dos horas y media antes de la salida prevista del vuelo. En cuarenta minutos ya estaba fumando un pitillo en la puerta de salidas antes de la facturación. Una vez pasado por el "detector de estúpidos", que diga, de equipaje, localicé rápidamente nuestra puerta de embarque. Aún faltaba una hora y cuarto para la salida prevista del vuelo y la cola ya estaba hecha. Sí, es increíble pero cierto. Yo no sé que pasa últimamente con las colas de las puertas de embarque pero aunque queden dos horas para embarcar ya estamos todos esperando de pie. No sé si es miedo a volar, miedo a que te quedes sin tu pedazo de sitio para poner la maleta, o simplemente gilipollez supina de estar de pinonino esperando a Godot, como un pasmarote.

Bien, sucedió esta vez, y casi todas, que el vuelo llevaba retraso y nos comunicaron que en media hora nos informarían de las novedades. Mi acompañante maldijo su suerte, y la mía. Nos arrepentimos de viajar a Barcelona desde Alicante en avión, una vez más y nos fuimos a la cafetería para olvidar las penas. Eran las nueve y media de la noche. El vuelo, tenía su salida prevista a las nueve. Pero cual fue mi sorpresa que, exceptuándome a mí y a mi acompañante, ningún ser vivo más abandonó la numerosa cola de la puerta de embarque. Sentí cierta inquietud puesto que llegué a pensar si algún fenómeno paranormal estaba sucediendo, tipo El Ángel Exterminador de Buñuel, o una cosa así. Pero no, simplemente era la tozudez humana que, sin saber siquiera si su vuelo iba a partir, continuaban en la asquerosa cola de embarque. Algunos pedían a sus maletas que les guardaran el turno mientras iban a hacer pipí o comprar una cocacola.

Lo de que nos avisaban a la media hora, era mentira, lógicamente. Una hora después, cuando mi acompañante ya comenzaba a insultarme, como si yo tuviera la culpa del retraso, anunciaron por megafonía el cambio de la puerta de embarque. Así que se hizo realidad la frase de Nuestro Señor Jesucristo, "los últimos serán los primeros". Un señor calvo que estaba el primero, entradito en años y en kilos, salió zumbando hasta la otra punta de la terminal. Obviamente, después de dos infartos, llegó el último a la nueva puerta, maldiciendo su suerte en no sé qué idioma. Daba la casualidad que mi acompañante y yo nos encontrábamos en una cafetería muy cercana a la nueva puerta y, esta vez, nos pusimos casi los primeros en la cola. Eran las diez y media de la noche.

A las once y media, continuábamos en la misma cola sin información alguna. Había sucumbido al síndrome de la cola y ya, pasara lo que pasara, no me movía nadie de ahí salvo cambio nuevamente de puerta. Mi acompañante ya empezaba a gritar y si un azafato de Ryanair se le pone por delante en ese momento, se lo merienda. A las doce de la noche, abren la puerta de embarque y comenzamos el abordaje del avión. En ese momento, se habría cumplido el tiempo para haber llegado a Barcelona en coche, aún estábamos en Alicante.

Ni Perry dió ninguna explicación, como son ingleses. Lo único que me acuerdo fue que el check-in del hotel Casa Fuster, lo hicimos a las dos de la mañana, cuando la previsión era a las diez y media de la noche. Me encantó el hotel pero de eso ya hablaremos más adelante.

miércoles, 6 de junio de 2012

Fenómenos Extraños 2




Dentro de mi innumerable elenco de manías absolutamente absurdas (tengo otro de manías absurdas y otro de manías casi absurdas), se encuentra la de tener pánico repulsivo, temor reverencial, fobia compulsiva a la cortinilla de la bañera del cuarto de baño. Si me hospedo en un hotel que mantiene este tipo de profilaxis o barrera separatoria, lo tiene claro; mi objetividad se desmorona, mi colmillo se acentúa y me cago -con perdón- en todo lo que se menea.

Y no es únicamente por higiene. Es verdad que siempre me he preguntado cómo se limpia una birriosa cortinilla de ducha. Mis motivos son mucho más trascendentales. Uno, cuando se encuetra "en pelotas" o con la badana al aire, se vuelve indefenso, como un bebé. Rozar un cuerpo frágil, "en bolas"  -protegido por milagrosos ungüentos de cosmética nicho- con un batallón de gérmenes más grandes que los orcos del Señor de los Anillos, produce cuanto menos, ansiedad. Vencida esa primera batalla de meterse dentro de la bañera con escorzos que ríete tú del Discóbolo de Mirón, llega la segunda parte; conseguir cerrar la cortinilla con el mayor hermetismo posible. Esto me produce taquicardias, debido a que, o bien se te queda la parte de la derecha sin tapar; o bien la de la izquierda. Las anillas de la barra, siempre pocas, no dan mas abasto.

Cuando ya estás dispuesto a echarte un agua (yo siempre utilizo la ducha de mano), otro nuevo inconveniente nos viene al caso. No sé porqué fenómeno físico la cortinilla asquerosa tiende a pegársete a la piel con una fuerza directamente proporcional a la presión del agua de la ducha. Si algún físico está leyendo esto, que se lo haga mirar. No, que por favor, me diga si esto es cierto o sólo pasa conmigo. No sé, lo mismo estoy descubriendo una nueva ley de la física y haciendo el gilipollas, gano un Nobel. Alfredo Ollirt, premio Nobel de Física por "La Ley de la Cortinilla". Así es, no sé si por la presión, por mis nervios o por lo que sea, la maldita cortina de ese género indescriptible, quiere palparme como un estudiante intenta palpar a las chatis en una discoteca de arrabal petada.

Al hilo de estas intimidades higiénicas, tengo que decir que, normalmente la presencia de la cortina de ducha va implícita a la ausencia de ducha de mano. No llego a entender bien la relación pero -de hecho- existe. Esto empeora las cosas. Y diré porqué. Una toiletrie que casi nunca he visto en ningún hotel y para mí es más que necesaria, es una esponja de baño. Ducharse utilizando "la mano" es una tarea difícil de realizar en mi caso. Cuando uno está en su casa, pues no pasa nada, ya tienes la rutina hecha. Pero en un hotel con cortinilla, sin ducha de mano y sin esponja, el aseo diario se convierte en una odisea de dimensiones estratosféricas. Que si me pongo de canto para que no me roce la cortina, que si el caño de agua no me llega a las partes pudendas, que si las posturas a adoptar me producen vergüenza, que si la mano me la tengo que restregar hasta el mismísimo níspero y más allá. En fin, un cúmulo de infortunios a llevar de la mejor manera posible.

Una mampara de baño es ese elemento de tecnología sideral que ya viene a sustituir a la cochambrosa cortina de ducha. De hecho, Hitchcock, ya quiso usar una en Psicosis pero al final no cuadró. Aunque no me voy a detener en este otro elemento, mucho podríamos hablar. Las hay impúdicas o transparentes; de puerta corredera o de libro; fijas o tipo acordeón. También las hay absurdas, es decir, de unas dimensiones tan pequeñas y dispuestas en un espacio que no viene a cuento, que dejas el suelo del baño al acabar, que ríete tú del Ganges. 

Pero, por favor, pase lo que pase, tengan que usar mampara o cortinilla; o nada -que es otra posibilidad-; nunca utilicen la esterilla de caucho para no resbalar. Se les caerán los dedos uno por uno y todo su cuerpo, a la media hora, se convertirá en un hongo gigante. He dicho.