¿Qué pretende este blog?


Mi blog pretende realizar una crítica, lo más completa posible, de los principales hoteles europeos, así como proporcionar instrucciones y usos de protocolo y buenas maneras tanto a los profesionales del sector como a los huéspedes de los establecimientos. Como se observa, todo está basado en la independencia que me caracteriza, no perteneciendo a ninguna empresa relacionada con este mundo. Soy un consultor independiente. Personalmente he visitado cada uno de los locales de los que hablo en este blog.
Es mi capricho, del que llevo disfrutando varios años y quiero poner mis conocimientos y opiniones a disposición de todo aquel que quiera leerlos.
La idea surgió al no encontrar nada en la red - ni siquiera en inglés - sobre auténticas críticas de hoteles, al margen de comentarios de clientes enfadados que "cuelgan" sus quejas en distintas webs como un simple "derecho al pataleo" sin intento alguno de asesorar, construir o mejorar.
Muchas gracias por vuestra atención y colaboración.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Las "smellies"


"smellies" del Hotel Cipriani. Venecia




Un reciente comentario a mi entrada "Qué son las "amenities" y qué son las "toiletries" me ha llevado a escribir esta entrada. Un lector nos dice lo siguiente:

"A ver, que el origen sea el francés, permitidme que lo ponga en tela de juicio como biligüe que soy pues "aménité" tiene el sentido de amable o "charmant". Sin saber el rigor de la info dada, me parece bastante ajustada la que encuentro en amenities.com.es/que-son/ pero lo cierto es que cuando aparece alguna noticia en los boletines oficiales, se refieren a las amenities como "artículos de acogida" en un sentido amplio. No se han adoptado otros anglicismos de manera oficial como parking, football, etc? La palabra Amenities acabará siendo aceptada por el diccionario pero en cuanto tiempo? Depende supongo de la agilidad de reacción de la Real Academia! Y se referirá a las toiletries, a los objetos de cortesía compelmentarios o a todos los servicios? Menudo galimatías:) Saludos y felicidades.

No soy bilingüe ni mucho menos filólogo pero es cierto que con el anterior post no nos acabamos de aclarar; el primero yo. ¿Cómo zarandajas le llamo al tarrito de gel que me ponen en el baño? ¿Y al champú? ¿Y a esos botecitos absurdos que jamás nadie utiliza de "body lotions" y "hair conditioner"? ¿Y al peine que se le rompen cuatro púas sólo por pasárselo una vez por la perola? ¿Y al calzador de zapatos que robamos a la salida de nuestra estancia? ¿Y a la bolsa con el logo del hotel? ¿Y al papel serigrafiado con el emblema del mismo? ¿Y a la idiotez de estampar también  nuestro nombre en los folios del cartapacio del escritorio? ¿Y a la pastilla de jabón que se te mete entre la alianza y el dedo cuando te la frotas en la mano?

Ciertamente el mundo tiene hoy en día algunos problemas algo más relevantes que éste para solucionar. Pero en este blog se habla de hoteles y aledaños así que es aquí donde -creo- hay que debatirlos.

Intentando razonar mis afirmaciones, podemos decir sin equivocarnos que todos esos objetos de los que hablábamos antes son una cortesía para hacernos más agradable nuestra estancia en un hotel. Eso no lo duda nadie. Sucede que -para entendernos- las "amenities" parecen más destinadas a lo que no está en el baño, dejando para éste último las que sí están dentro de él. Aunque no estaría mal del todo afirmar que todo son "amenities".

Hoy se está utilizando el término "smellies" para referirnos precisamente a los perfumes y aceites de baño. En definitiva, para las "toiletries". De hecho, el "Urban Dictionary", en su segunda acepción, define "smellies" como "A British alternative for bath oils and perfume." Y los frikis de los hoteles como yo, ya lo estamos utilizando en nuestros blogs al referirnos a las amenidades de baño. Ni qué decir tiene que queda muy "british".

Precisamente, Mary Gostellow, en su aconsejable blog ya utiliza este término para referirse a los productos de baño del recientemente abierto o reabierto "Café Royal" en Regent Street de la capital londinesa. Esta vez, "Floris" se ha llevado el gato al agua ". "Penhaligon´s", que como ya saben es mi favorita, no ha podido con ella. De todas formas, ya tienen bastante con el 41 y con el Langham. Que no se quejen.

Espero que haya servido para algo este comentario. Pido disculpas a mis lectores por lo que he tardado en volver a publicar. Aprovecho para desearos a todos unas muy felices navidades y un muy interesante año 2013.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Volvemos a la carga. O al menos lo intentamos

Pido disculpas a los lectores de este blog por el tiempo que he estado sin actualizarlo. Han sido unos meses un tanto complicados que no me han permitido dedicarle el tiempo oportuno.  Ahora, un poco más repuesto de todo, lo retomo con más ganas que al principio.

Daros las gracias por vuestros comentarios de apoyo en esta travesía en el desierto. Un abrazo.

Alfredo

miércoles, 22 de agosto de 2012

Sanxenxo




En julio he gastado mi rutinaria y anual semana vacacional en Sanxenxo. Llevo casado ocho años y, religiosamente, paso la primera semana de julio en este lugar desde que me casé. Mi mujer es coruñesa, mi suegra de Pontevedra; por tanto, la suerte estaba echada. Sólo cabía veranear en este paraje privilegiado norteño.

A mí se me abren las carnes cuando se va acercando la fecha. Uno que tiene ya un niño de cuatro años y una niña de 10 meses, sabe que veranear en familia, con los suegros (ya de edades bastante avanzadas), tiene más de trabajo ímprobo que de relax ocupacional. Pero es lo que hay y, liándome la manta, me echo al monte y para allá que vamos.

Sanxenxo es un municipio de la provincia de Pontevedra que no tendrá más de veinte mil habitantes. Para ser francos, podemos afirmar que se trata de una playa, de su paseo y de viviendas de pisos en primera, segunda, tercera y así, hasta el infinito y más allá, línea de playa. Con la peculiar y jodida característica, que está en cuesta.
Yo tengo la suerte -lo digo porque así no tengo que dejarme los pulmones cada día- de residir en un piso en primera línea de playa; para los que lo conozcan, muy cerca del Hotel Sanxenxo. Este municipio, en verano supera los diez o veinte millones de habitantes, y me quedo corto. Todos ellos, entre los que me encuentro yo, sólo tenemos una posibilidad; ir a la playa, en particular a la de Silgar. Dicha playa, por llamarla de alguna manera, es un conjunto de arena invadido por vestes de turistas, la mayoría gallegos y portugueses, ávidos de sol que intentan plantar su palo de sombrilla sin clavárselo en la rótula al vecino de al lado.
Sirva de precedente que detesto tomar el sol directamente más de media hora sin mojarme. Claro, yo soy del sur. Dicen los más gilipollas que Sanxenxo tiene un microclima que hace que haga buen tiempo cuando en Coruña o Santiago está cayendo la de Dios es Cristo. Cuando no hace sol, la mayoría de veces, te fastidias. Como sólo puedes ir a la playa, pues te jodes. Ahora bien, si el puñetero microclima funciona, eso se pone que ríete tú del Ganges. Uno que se tiene que refrescar intenta llegar (con dificultad) al agua. Miríadas de pre-diabéticos, cual autómatas, se pasan horas andando de extremo a extremo de la playa. Cruzar dicha línea entraña el mismo peligro que cruzar la Quinta Avenida de la Gran Manzana sin mirar. Pero, la madre que me parió, eso no es agua, eso es deshielo de glacial. No hay bemoles a meterse dentro. Cuando ya no puedo más y mi cuerpo alcanza la temperatura de la fisión del núcleo, cagándome en todo lo que se menea y blasfemando en arameo, me meto corriendo al agua, me pego un chapuzón y salgo echando improperios del agua. No hace falta incidir que, en la arena, estoy absolutamente curvado, haciendo castillos de arena con mi hijo, el muy jodido, no me deja descansar y, por otro lado, intento que mi hija no se coma toda la arena de la playa. Bien, el panorama no es alentador pero es real como la vida misma.

Pero no estoy hablando de mí sino de Sanxenxo. Al final del siglo pasado, he de decir que este municipio no era así. Se le ha llegado a poner el sobrenombre de la playa de Madrid. Y es verdad, había más clase. Ahora casi todo son pechos lobo por el paseo, biquinis del todo a cien descoloridos, alguna teta que otra fláccida  y gritos por todas partes. El Marycielo -que siempre estaba lleno-, con la crisis tiene mesas libres y sobre tales no hay más que alguna tónica o agua mineral. En fin.

Mi rincón favorito de la villa es la terraza del Hotel Sanxenxo al anochecer. Mi mujer y yo solemos acudir a descansar dejando a mis suegros de canguros. Es un remanso de paz con unas vistas incomparables a la ría y a la playa entre vegetación. Respecto a la comida, qué puedo decir. Comer en Galicia es uno de los mayores placeres del ser humano. Hay que tener cuidado, eso sí, en dónde se mete uno. Para tomarse una tapa de xoubas, pues da igual cualquier sitio. Pero si uno quiere algo más, sólo recomiendo dos sitios. Uno es La Goleta (os dejo unos enlaces de mis amigos de Rincones Secretos)  y el otro es la Taberna del Naútico; ambos del mismo dueño, dirigidos perfectamente bajo la batuta de Alfredo y Juan respectivamente. Aunque la dan, pedir carne aquí es un pecado; el mismo que pedir merluza en Segovia. Cualquier pescado a la parrilla o marisco al natural vale la pena. Me dejo intencionadamente a la Taberna de Rotilio, quizá el de más fama de Sanxenxo. Nunca ha sido de mis favoritos. Tampoco lo es Don Camilo. Pero pecaría de injusto si no los citara. Y me dejo el mejor. Pero es que el mejor ya no está en el pueblo. Pepe Vieira, a mi juicio uno de los mejores - o el mejor- restaurador gallego, ha trasladado su casa a un municipio cercano, Raxó, por lo que ya no es posible visitarlo si no usas un vehículo. Aconsejo ferozmente acudir a cenar a Pepe Vieira. Si uno es un asaltabufets insaciable, puede estallar perfectamente acudiendo a diario por un precio módico al que preparan en el hotel Carlos I. Ahora bien, el pescado y marisco es de ría, pero no de la de Pontevedra sino de la de Mozambique.

Los que me conocen o leen saben que "jamás exagero". Y es cierto. Por ello, créanme que he disfrutado como un enano del marisco de la ría. Mi suegro me obligaba a comerme un centollo -que no centolla- todos los días. Es verdad que la centolla tiene coral y es más atractiva a la vista. Pero donde se ponga un machote...
Las nécoras, sin embargo, se las come mi suegra. Estas son más para entendidos. Chupas y chupas y no comes un pimiento. No tengo paciencia para ellas. 












Por último, por favor, háganme caso. Sólo conozco un hotel que merezca la pena en esta ciudad, sin ser de categoría lujo. Y es el que lleva el nombre de la villa.



jueves, 14 de junio de 2012

Las "low cost"

Grupo esperando la salida del vuelo Ryanair desde la puerta de embarque del aeropuerto de Alicante con destino Barcelona


 



Últimamente intento no viajar en avión. Prefiero el burro o la bicicleta. Y no es porque no me guste volar, que me encanta. Es por un tema de costes económicos; mi psiquiatra me desploma la mastercard cada vez que voy a verle.
Siempre he sido amigo de las "low cost", incluso anteponiéndolas a las compañías regulares. Pero ya lo mismo me da Ana que su hermana. Nunca entenderé porqué comiendo muchos huevos me estalla el hígado y porqué comiendo mucho hígado, no me estallan los huevos, con perdón. Así que ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Yo evito el avión a toda "cost"  y, como Juan Palomo, a tomar por saco.

La gota que colmó el vaso me sucedió la otra semana en el aeropuerto de Alicante. Debía tomar un vuelo intercontinental a Barcelona, de esos larguísimos que duran 35 minutos en el aire. Me encontraba con mi acompañante en Murcia, esa tierra del "acho, huevoh, pijo" a unos 67 grados Celsius a la sombra. Como debía estar cuatro días con sus cuatro noches en la ciudad Condal y mi viaje no tenía regreso a Murcia en avión, opté por pagar 80 euros de taxi hasta el aeropuerto de El Altet. Puesto que mi acompañante se enerva si coge un avión con el tiempo justo, salimos de la capital de la Costa Cálida dos horas y media antes de la salida prevista del vuelo. En cuarenta minutos ya estaba fumando un pitillo en la puerta de salidas antes de la facturación. Una vez pasado por el "detector de estúpidos", que diga, de equipaje, localicé rápidamente nuestra puerta de embarque. Aún faltaba una hora y cuarto para la salida prevista del vuelo y la cola ya estaba hecha. Sí, es increíble pero cierto. Yo no sé que pasa últimamente con las colas de las puertas de embarque pero aunque queden dos horas para embarcar ya estamos todos esperando de pie. No sé si es miedo a volar, miedo a que te quedes sin tu pedazo de sitio para poner la maleta, o simplemente gilipollez supina de estar de pinonino esperando a Godot, como un pasmarote.

Bien, sucedió esta vez, y casi todas, que el vuelo llevaba retraso y nos comunicaron que en media hora nos informarían de las novedades. Mi acompañante maldijo su suerte, y la mía. Nos arrepentimos de viajar a Barcelona desde Alicante en avión, una vez más y nos fuimos a la cafetería para olvidar las penas. Eran las nueve y media de la noche. El vuelo, tenía su salida prevista a las nueve. Pero cual fue mi sorpresa que, exceptuándome a mí y a mi acompañante, ningún ser vivo más abandonó la numerosa cola de la puerta de embarque. Sentí cierta inquietud puesto que llegué a pensar si algún fenómeno paranormal estaba sucediendo, tipo El Ángel Exterminador de Buñuel, o una cosa así. Pero no, simplemente era la tozudez humana que, sin saber siquiera si su vuelo iba a partir, continuaban en la asquerosa cola de embarque. Algunos pedían a sus maletas que les guardaran el turno mientras iban a hacer pipí o comprar una cocacola.

Lo de que nos avisaban a la media hora, era mentira, lógicamente. Una hora después, cuando mi acompañante ya comenzaba a insultarme, como si yo tuviera la culpa del retraso, anunciaron por megafonía el cambio de la puerta de embarque. Así que se hizo realidad la frase de Nuestro Señor Jesucristo, "los últimos serán los primeros". Un señor calvo que estaba el primero, entradito en años y en kilos, salió zumbando hasta la otra punta de la terminal. Obviamente, después de dos infartos, llegó el último a la nueva puerta, maldiciendo su suerte en no sé qué idioma. Daba la casualidad que mi acompañante y yo nos encontrábamos en una cafetería muy cercana a la nueva puerta y, esta vez, nos pusimos casi los primeros en la cola. Eran las diez y media de la noche.

A las once y media, continuábamos en la misma cola sin información alguna. Había sucumbido al síndrome de la cola y ya, pasara lo que pasara, no me movía nadie de ahí salvo cambio nuevamente de puerta. Mi acompañante ya empezaba a gritar y si un azafato de Ryanair se le pone por delante en ese momento, se lo merienda. A las doce de la noche, abren la puerta de embarque y comenzamos el abordaje del avión. En ese momento, se habría cumplido el tiempo para haber llegado a Barcelona en coche, aún estábamos en Alicante.

Ni Perry dió ninguna explicación, como son ingleses. Lo único que me acuerdo fue que el check-in del hotel Casa Fuster, lo hicimos a las dos de la mañana, cuando la previsión era a las diez y media de la noche. Me encantó el hotel pero de eso ya hablaremos más adelante.

miércoles, 6 de junio de 2012

Fenómenos Extraños 2




Dentro de mi innumerable elenco de manías absolutamente absurdas (tengo otro de manías absurdas y otro de manías casi absurdas), se encuentra la de tener pánico repulsivo, temor reverencial, fobia compulsiva a la cortinilla de la bañera del cuarto de baño. Si me hospedo en un hotel que mantiene este tipo de profilaxis o barrera separatoria, lo tiene claro; mi objetividad se desmorona, mi colmillo se acentúa y me cago -con perdón- en todo lo que se menea.

Y no es únicamente por higiene. Es verdad que siempre me he preguntado cómo se limpia una birriosa cortinilla de ducha. Mis motivos son mucho más trascendentales. Uno, cuando se encuetra "en pelotas" o con la badana al aire, se vuelve indefenso, como un bebé. Rozar un cuerpo frágil, "en bolas"  -protegido por milagrosos ungüentos de cosmética nicho- con un batallón de gérmenes más grandes que los orcos del Señor de los Anillos, produce cuanto menos, ansiedad. Vencida esa primera batalla de meterse dentro de la bañera con escorzos que ríete tú del Discóbolo de Mirón, llega la segunda parte; conseguir cerrar la cortinilla con el mayor hermetismo posible. Esto me produce taquicardias, debido a que, o bien se te queda la parte de la derecha sin tapar; o bien la de la izquierda. Las anillas de la barra, siempre pocas, no dan mas abasto.

Cuando ya estás dispuesto a echarte un agua (yo siempre utilizo la ducha de mano), otro nuevo inconveniente nos viene al caso. No sé porqué fenómeno físico la cortinilla asquerosa tiende a pegársete a la piel con una fuerza directamente proporcional a la presión del agua de la ducha. Si algún físico está leyendo esto, que se lo haga mirar. No, que por favor, me diga si esto es cierto o sólo pasa conmigo. No sé, lo mismo estoy descubriendo una nueva ley de la física y haciendo el gilipollas, gano un Nobel. Alfredo Ollirt, premio Nobel de Física por "La Ley de la Cortinilla". Así es, no sé si por la presión, por mis nervios o por lo que sea, la maldita cortina de ese género indescriptible, quiere palparme como un estudiante intenta palpar a las chatis en una discoteca de arrabal petada.

Al hilo de estas intimidades higiénicas, tengo que decir que, normalmente la presencia de la cortina de ducha va implícita a la ausencia de ducha de mano. No llego a entender bien la relación pero -de hecho- existe. Esto empeora las cosas. Y diré porqué. Una toiletrie que casi nunca he visto en ningún hotel y para mí es más que necesaria, es una esponja de baño. Ducharse utilizando "la mano" es una tarea difícil de realizar en mi caso. Cuando uno está en su casa, pues no pasa nada, ya tienes la rutina hecha. Pero en un hotel con cortinilla, sin ducha de mano y sin esponja, el aseo diario se convierte en una odisea de dimensiones estratosféricas. Que si me pongo de canto para que no me roce la cortina, que si el caño de agua no me llega a las partes pudendas, que si las posturas a adoptar me producen vergüenza, que si la mano me la tengo que restregar hasta el mismísimo níspero y más allá. En fin, un cúmulo de infortunios a llevar de la mejor manera posible.

Una mampara de baño es ese elemento de tecnología sideral que ya viene a sustituir a la cochambrosa cortina de ducha. De hecho, Hitchcock, ya quiso usar una en Psicosis pero al final no cuadró. Aunque no me voy a detener en este otro elemento, mucho podríamos hablar. Las hay impúdicas o transparentes; de puerta corredera o de libro; fijas o tipo acordeón. También las hay absurdas, es decir, de unas dimensiones tan pequeñas y dispuestas en un espacio que no viene a cuento, que dejas el suelo del baño al acabar, que ríete tú del Ganges. 

Pero, por favor, pase lo que pase, tengan que usar mampara o cortinilla; o nada -que es otra posibilidad-; nunca utilicen la esterilla de caucho para no resbalar. Se les caerán los dedos uno por uno y todo su cuerpo, a la media hora, se convertirá en un hongo gigante. He dicho.

jueves, 31 de mayo de 2012

Fenómenos Extraños




Quiero ahora hablar de ese instrumento que, de vez en cuando uno puede observar en algunos cuartos de baño de habitaciones de hotel. Se trata de un recipiente de porcelana, con un grifo en uno de sus extremos, tapón y desagüe. Tiene forma de inodoro, que no del todo y suele ser de color blanco. Su utilidad, la desconozco profundamente. Uno que es curioso y quiere saber el porqué de las cosas, ha hecho sus pinitos y -lo aseguro-, he recibido varias respuestas respecto a la finalidad de tan extraño objeto.

Uno me dijo un día que servía para lavarse los pies. Yo le respondí que cómo era eso posible, puesto que dicho recipiente se encuentra elevado varios centímetros del suelo. Me respondió con cara de asombro que cogía una silla, se sentaba enfrente del objeto de porcelana, lo llenaba de agua caliente, le ponía sal y metía media hora los pies dentro. Relaja que te cagas, concluyó. Impactante fue la sensación que tuve al acabar la conversación con mi amigo. No obstante, no llegaba a comprender del todo el sentido del tema. Ocupar medio cuarto de baño con eso para lavarte los pies, pues como que no me encajaba. Yo hace años que no me lavo los pies, me ducho y punto. Como mi curiosidad no estaba saciada, continué indagando con otro amigo.

Este otro, padre de familia numerosa,  me amplió la gama de utilidades de este objeto raro. Dentro puedes colocar rollos de papel higiénico, paquetes de toallitas de bebé, geles y champús de repuesto; en fin es un almacén de primera necesidad que te saca de cualquier aprieto -y perdón por la expresión-. No me convenció tampoco esta alternativa. Para eso, pongo en alto un armario y lo meto todo allí. Además, el grifo entonces para qué estaba. Continué, por tanto, con mi investigación y fui a parar a un amigo de esos de la infancia.

Este, al oír mi pregunta me dijo si yo era idiota. ¿Cómo que no sabes para qué sirve? Mira -me dijo-, cuando mi mujer tiene que lavar una prenda delicada, la mete dentro y la deja en remojo. Luego la restriega con jabón Lagarto y quedan las bragas que ni las de Blancanieves. Ahh!, respondí. Esto ya me va gustando más. Pero, de repente, se me vino a la cabeza que tal utilidad podía ser realizada en un recipiente un tanto más liviano como una jofaina o zafa, de material plástico y nada pesado. Por tanto, erre que erre, proseguí mi andanza intentando descubrir la utilidad de aquel misterioso objeto. Una tarde, paseando por la calle me encontré con un íntimo amigo murciano y procedí a realizarle mi ya manida pregunta.

¿Que para qué sirve? Pues para lavarse el "tonto". ¿Para lavarse el qué, repliqué? El "tonto", contestó él. Sí, idiota, el "chumino", el "chichi", ¿Es que no te enteras, desgraciao? Como mi amigo era murciano y no tenía traductor simultaneo, decidí quedar como imbécil ante él y mostrarme absolutamente sincero. Pues, Paco, no te entiendo. A ver -dijo él- pareces atontao. ¡El coño! ¡Y también tu badajo, cretino! ¡Cielo santo!, respondí. ¿Pero qué me estás diciendo? El mundo se tambaleaba a mis pies después de tal afirmación grosera. Al descubrir que no se trataba de una broma murciana de esas chabacanas, no supe cómo reaccionar. Paco, de una palmada en la espalda, me partió dos vértebras y, como buen amigo que es, me dijo ¡Vamos a tomarnos un golpe, inocentón!

La verdad, después de mi conversación con mi amigo Paco, dejé de preguntar más por la utilidad de aquel fenómeno extraño. Pero si he de decir que alguna de las que me contaron es absurda de verdad, esta es, sin duda, la que me dijo Paco, mi amigo.

martes, 15 de mayo de 2012

Hotel Ritz. Madrid













Web
Como ya sucede en todos los hoteles de Orient-Express, la web del Hotel Ritz posee el diseño común al resto de la cadena. De fácil navegación, fotos de muy buena calidad y reservas propias. Como punto a mejorar, destacaría que no se puede acceder a una reserva a través de dispositivos móviles tipo iphone o ipad.

Check-in
Mi acompañante y yo llegamos a Madrid, esta vez por Ave desde Barcelona. En dos horas y media te plantas en la capital. Sinceramente, ya no merece la pena -a mi parecer- un avión para este trayecto; eso sí, las tarifas por regla general, son algo más caras para el tren. Quién lo iba a decir hace sólo unos pocos años. Sucede que debes pasar el mal trago, una vez llegado a Atocha, de coger un taxi al Ritz. En el momento que te subes al vehículo y dices al taxista dónde vas, algunos de tus familiares difuntos se revuelven en su tumba, los pobrecitos. Y es que para no más de quinientos metros que separan la estación del hotel, el propietario del vehículo ha estado haciendo un par de horas o tres de cola. Pero no voy a ir tirando por todo el Paseo del Prado con las maletas. Qué le vamos a hacer. Para algo está la bajada de bandera.

Entrada y fachada del hotel


El Ritz se encuentra situado en un precioso entorno de la ciudad, en plena Plaza de la Lealtad, a unos pocos pasos del Museo del Prado y de la Iglesia de San Jerónimo. Aunque el lugar es de indiscutible belleza, nadie puede dudar eso, y de emblemática arquitectura; particularmente no me gusta el enclave. Salvo que visites los museos de Madrid, queda un poco lejos de todo y cerca de casi nada. Yo, como friki de los viajes, soy de los que les gusta Claudio Coello, Ortega y Gasset, Velázquez, coger un metro. Nada de eso está cerca del hotel, sobre todo lo último que tienes que irte a la Puerta de Alcalá para tomarlo.
Pero señores, el Ritz es el Ritz y era una de mis espinas clavadas en Madrid pues, por varios motivos, no había tenido la oportunidad de hincarle el diente. Y hablando de hincamientos, lo que se dice hincar, se hincó. Pero no de la manera que uno esperaba. Me iré explicando.

La llegada al hotel es preciosa. El servicio de portería, de gran experiencia, nos recibió muy afablemente. Mientras uno despachaba el equipaje, el otro nos empujaba la puerta giratoria para acceder al hotel. El hall es fastuoso, como en cualquiera de los tres o cuatro Ritz del mundo. Digo cuatro porque, aparte del de París, Londres y Madrid; Barcelona mantiene opción con El Palace (Antiguo Ritz) del que hablaré pronto. Bien, continuando con lo que nos ocupa, una mesa de cristal con adornos florales de primerísima categoría, es lo primero que te encuentras. A la derecha está el mostrador del Concierge y, a la izquierda, el de Recepción, un poco metido en una habitacioncita.

Cocierge, hall de entrada. Al fondo izquierda, entrada salón de desayunos


Llegamos pronto, no eran más de las once y, es lógico, la habitación estaba por verificarla la gobernanta. Muy amablemente nos invitaron a una bebida en el loby mientras esperamos. No más de quince minutos. Como debe suceder en todo hotel que se precie de estilo tradicional, un pianista a esas horas ya amenizaba el ambiente. El trasiego de políticos, gente famosa, famosilla y de la farándula madrileña era continuo. De hecho, es importante diferenciar los huéspedes del Ritz (la mayoría ingleses y japoneses; casi ningún español) y los que se reúnen en el Ritz a desayunar, a tomar el té, a charlar, a dejarse ver (eso sí son españoles, de los que hablaba antes).

Loby del hotel

Una persona de recepción nos comunicó que ya estaba disponible la habitación. Y aquí viene el primer punto de mejora. Tenía reservada una habitación doble, sencilla. La tarjeta de socio "acces" de The Leading Hotels of the World, aparte del desayuno y del uso gratuito de la wifi, te da la posibilidad de un "upgrade" de habitación, en el caso de que exista disponibilidad. Me repatea que, cuando te dan ese "upgrade", te lo repiten varias veces. Y es de agradecer ese detalle del hotel. Sucede que cuando no lo hay, por los motivos que sea, -como sucedió en este caso-, se callan y no dicen nada. Eso no está bien. La opción que a mi juicio es la más acertada es comentar algo así: "lamento decirle que no es posible ofrecerle un "upgrade" en esta ocasión por estar completos". Ya está. Es absolutamente comprensible para cualquier ser educado y nadie se debiera sentir mal por ese comentario. Si quieres una suite, la pagas y punto.

La habitación
La habitación estaba situada en el punto más lejano desde el ascensor. Había casi que hacer un descanso a mitad de camino para tomar fuerzas y proseguir la ruta. Pero este tema reconozco que tiene sus opiniones contrarias. Hay huéspedes que prefieren esa privacidad que confiere la lejanía. Bien, la entrada a la habitación fue sorprendente, cuanto menos.

El tamaño es el más pequeño en el que he estado nunca en un hotel de lujo. El ambiente era avejentado, que no clásico, con luz amarillenta, dando la sensación de que Alfonso XIII iba a salir del armario -y perdón por la expresión que puede dar lugar a equívoco- para darnos la bienvenida. La cama, de tamaño "queen" y marca Flex era muy cómoda y sus sábanas de muy buen algodón. No obstante, el cabecero daba algo de miedo.

Cama


Justo a los pies de la misma, se disponía, absolutamente huérfana, una butaca, con tapicería indescriptible a juego con dos sillas; la una arrinconada, la otra para poder sentarse enfrente del mínimo escritorio, de madera noble, eso sí. 

Butaca con silla


La moqueta era muy vieja pero bien cuidada. La televisión estaba situada encima de un mueble que no pegaba ni con cola. En el escritorio, como se ve en la foto, estaba el regalo de bienvenida como miembro de The Leaders Club; un pastel de almendra con más celofán que otra cosa y sólo un juego de cubiertos. El agua era de botella de plástico, tipo hostal, situada en las mesillas de noche. Eso sí, eran repuestas en el turn-down. En una había un cargador de iphone un tanto arcaico. 

Escritorio

Mesilla de noche y cargador de iphone con radio-despertador



De los armarios, mejor ni hablar, una especie de cajonera se escondía detrás de la puerta. Al lado, otra puerta con un perchero, una caja fuerte encima de otra cajonera y, encima, unas mantas. El aire acondicionado sólo daba calor, no frío; seguramente no habían conectado el general aún. El sistema de domótica era novedoso para el pasado siglo pero un tanto anticuado para hoy en día.

Interior de armario sin intervención humana

Detalle del otro armario adyacente


Párrafo nuevo merece el cuarto de baño. Absolutamente pequeño con doble lavabo de grifería dorada, de la barata de Roca, necesitaba urgentemente una remodelación. El secador de pelo secaba menos que el soplido de una hormiga. Mi acompañante desistió de tal acción, cuarenta minutos después de estar intentándolo. 

Lavabos

Secador de pelo anclado a la pared alicatada


El enchufe para máquinillas de afeitar parecía el que usó César Ritz en sus inicios y las toiletries, de la gama Quercus de Penhaligon´s se disponían en tarritos de 30 ml. Por los pasillos del hotel me encontré con un carrito que tenia toiletries Acqua di Pama. Imagino que las utilizarán para habitaciones superiores. No obstante, aunque me parece una práctica de muy mal gusto que un hotel utilice toiletries diferentes para diferentes tipos de habitación, yo me quedo con Penhaligon´s.

Toiletries

Enchufe baño


La bañera se lleva la palma. Estrechísima y con la horrible cortinilla. Pero eso no es lo peor. No tenia ducha de mano y sólo te podías duchar por el chorro de arriba. Los que utilizan la ducha de mano, saben apreciar lo dificultoso que es practicar dicha tarea sin ella. Fue de lo único que me quejé en recepción a la salida, no quería montar jaleo a lo maleducado, y la respuesta fué que, si lo hubiera dicho, me habrían puesto una de mano. No sé cómo ni cuando. Yo nunca miro si hay ducha de mano en un hotel hasta que estoy en pelotas dentro de la bañera. Los albornoces muy confortables pero las toallas necesitaban también una remodelación.

Bañera


Los que leen mis críticas de hoteles se darán cuenta que he sido extremadamente exigente con este hotel. Pues, señores, es así. Estamos hablando del Ritz, no del Rice. No es de recibo semejante habitación para nadie, ni siquiera para los de la oferta de Trivago o para los socios de LHW que utilizan la noche de cortesía por recompensa de estadías. No fue este mi caso. 

El hall del Ritz
Sólo por eso, merece la pena visitar el hotel. Es espectacular. A mi juicio, más acogedor que el de Londres. Con un pianista tocando siempre -mañana y tarde-, como debe ser, el servicio es impecable. El centro floral de la mesa de entrada es espectacular.


Detalle floral


La cubertería y cristalería digna del Ritz. El ambiente, aunque de una edad un tanto elevada, estupendo. La puerta giratoria de entrada es durísima. De hecho, mi acompañante no podía empujarla. Cada vez que entrábamos o salíamos del hotel, pasaba ella primero y yo le propinaba un empujón (a la puerta, lógicamente) que me dejó el brazo con agujetas. El hotel, en estas fechas, estaba lleno de japoneses y de ingleses, todos ellos, como decía, de edades muy avanzadas; posiblemente ese sea el motivo por el que nos dieron esa habitación. Pero eso no me importa; esa habitación en el Ritz, no se puede dar ya a nadie.

El desayuno del Ritz
Petado, nunca he asistido a un desayuno con tal cantidad de personas a la vez. Nos situaron en la peor mesa de todas, justo a la entrada del salón. Es tipo buffet, no a la carta, justo en medio de la sala está depositada una mesa con los productos, de muy buena calidad pero poco variados. Hay que hacer juegos malabares para ir zigzagueando hasta el centro salvando obstáculos de camareros, mesas y señoras inglesas obesas llenando sus platos de jamón. La repostería, me hizo gracia, estaba en un carrito aparte, también justo a la entrada de la sala, y tenías que ponerte en cuclillas  para acceder a los donuts y algunos dulces más. Ni qué decir tiene que con la edad avanzada de la mayoría de los huéspedes, las bandejas estaban sin tocar.

El turn-down del Ritz
Muy escueto. Te descubren la cama, te reponen toiletries, agua y colocan la alfombrilla de hilo para salto de cama. En mi caso particular, ni cerraron las cortinas de la habitación que daba a un patio interior. También es cierto que, en espacio tan reducido, poco más podemos hacer. El servicio de camareras, un tanto lento. 25 minutos de espera para una almohada es mucho.

Check-out y salida del hotel
Fue muy rápido y eficaz. Me encantó, eso sí, la recepcionista que, justo enfrente de mí, y con un juego de palabras que no me podía enterar si no fuera porque uno ya sabe ciertas cosas, consultó a gobernanta que estaba haciendo el check-out, si todo quedó ok. Muy bueno el detalle. En ese momento fue cuando hablé del caso de la alcachofa (mi affaire con la ducha de mano). A la salida, el botones ya había depositado las maletas en el taxi, rumbo a Atocha.
 

viernes, 4 de mayo de 2012

Las "marcas nicho", los parabenes y su puñetera madre



Para un sector -cada vez más amplio- de asiduos clientes de hotel, el principal criterio de valoración del mismo, son sus toiletries. Ya no son las estrellas, ni la cadena a la que pertenece. Ni siquiera porque su vecina se lo ha recomendado o lo ha leído en el Telva. Son las toiletries que utiliza. Hasta hace unos años, el hotel que para sus geles de baño y productos diversos utilizaba Bulgari, Molton Brown, L´Occitane, etc, era considerado de primerísimo nivel. Pero esto, hoy en día, ya no es así.

Las marcas de cosméticos y perfumes de alta gama ya han quedado para trasnochados sentimentales que -según los modernos- no se preocupan ni un pimiento por la composición del pringue que se echan en el careto. Ahora, un sector de la población, cada vez más numeroso, de entre 35 y 50 años, está consiguiendo -si no lo ha conseguido ya-, la eclosión de un mercado que cada vez mueve más dinero; la cosmética y perfumería "nicho". Esta soplapollez no es otra cosa que una serie de marcas de productos de belleza superiores al lujo, con un carácter de exclusividad absoluta y con dificultad para ser conseguida en un comercio de manera fácil y rápida, para que nos entendamos, en El Corte Inglés. Además de su precio, suele ser carísimo, estas marcas pregonan la utilización en todos sus productos de elementos absolútamente naturales sin que, ni por el forro, la intervención química esté presente en su elaboración. 

Los parabenes, ese compuesto químico a modo de conservante de sustancias densas de belleza, como geles o champús, son el mismísimo diablo para este segmento de población absolutamente metrosexualizado y abducido, como si de una secta se tratara, por estas marcas "nicho". Hasta tal punto llega este "vade retro", que piensan que rozar tu piel con un parabén de estos del carajo, produce la muerte "ipso facto"; o se te cae la pichula a trozos; o la piel de tu cara desaparece; o te conviertes en Mister Proper cuando te lavas la cabeza.

Estas "marcas nicho", no sé qué mente macabra privilegiada le habrá puesto el nombre (seguramente un MBA de segunda), están absolutamente presentes en la hostelería de lujo en nuestros días. Y tan es así que muchos Rocco Forte utilizan Ren; Mandarin Oriental, Red Flower; Hyatt, Blaise Mautin; y un sin fin de marcas que, poco a poco, van proliferando en un mercado cada vez más lleno, pero que no publicita, de manera tradicional sus productos. 

Prefieren que Cuqui le cuente a Paqui, de tú a tú, que el champú de Philip B te deja el cabello que ni a Rapunzel; o que Chicha le diga a Pirula que el anticelulítico de Elemis te deja las cartucheras de Jenifer Aniston. O que Fifa le diga a Bombi que sólo se lava el culete con el gel de eucalipto de (Malin+Goetz). Pimpón ya sólo va a los spas de Linda Meredith. Estas personas, una vez que Bastien González le hace una pedicura, ya no viven para otra cosa que no sea esa; no existe más placer. Entre los hombres es igual o peor. Que yo sólo utilizo velas de Diptyque con aroma a un atardecer de mayo nuboso en el desierto del Kilimanjaro; otro que no utiliza un after shave que no sea de Espa con antirradicales e hidratación a base de aceite de ciprés; otro que sólo puede usar perfumes de Jo Malone al extracto de mandarina y albaricoque; otro que la espuma de afeitar de Aesop es la única que no le irrita;  tíos raros, raros que llenan su falta de personalidad con la utilización de estos productos, justificándose en la sostenibilidad ecológica de los mismos desde su producción pasando por su envasado y comercialización. Y yo no digo que no lo sean. En fin, personas que se vuelven locas cuando oyen que Cosmetic 27 ha lanzado un nuevo "skin care" y que cuando viajan a Madrid, lo primero que hacen es visitar Isolee, Barfumería o Le Secret du Marais. Cuando van a Barcelona sólo piensan en fusilar una visa en JC Apotecari. Y no se crean, ya en muchas ciudades españolas existen comercios especializados. Por poner un ejemplo, Urbieta, en San Sebastián; una de las primeras. Hasta en Almería podemos comprarlos en Muguete o en Murcia en Linda vuela a Río, con Juliette has a gun o Keims.

En fin, yo llevo usando desde hace ya muchos años el Blenheim Bouquet de Penhaligon´s. Si el after shave que utilizo, totalmente alcoholizado, que me encanta, lo coge el druida que fabrica los potingues de EviDens de Beuté, se le caen al suelo las pelotillas y las pestañas, a no ser que utilice una máscara de ojos de Sodashi, más cara que un mal dolor pero como sus envases son reciclables, pues ala, cien eurazos por el tarro.

Y no se crean, se me olvidan muchas otras. Al menos Campos de Ibiza y Secretos del Agua, son españolas. L´Oreal debe estar temblando. De todas formas, conociendo a ese imperio, no me extrañaría que cuando le saliera de la puntica, comprara cinco o seis marcas "nicho", y ya está. El Doctor Chang no tiene nada que hacer con su bótox. Todo sea por encontrar la pócima de la eterna juventud.



lunes, 2 de abril de 2012

Alfredo, de gira por España. 2ª entrega






Comienzo la gira por Galicia. Desgraciadamente sólo voy a hablar de un hotel, el "Gran Hotel La Toja". Desde hace un par de años aproximadamente, la cadena hotelera Hesperia, creo que por desavenencias con la propietaria, ha abandonado la gestión del hotel pasando a manos de una filial del Banco Pastor. Lo podemos considerar como un "hotel satélite", es decir no está respaldado por ninguna cadena hotelera ni por ninguna central de reservas de las que otras veces hemos hablado. Pero doy fe que es una gran excepción pues conserva criterios altos en calidad y servicio. Cuenta con un balneario espléndido con múltiples tratamientos. Posibilidad de campo de golf cerca y está enclavado en la maravillosa y -sorprendentemente- tranquila Isla de La Toja en la provincia de Pontevedra, a pocos minutos a pié de O´Grove, el municipio más cercano.
Aconsejo tomar café en su "lounge" con vistas al mar y a la piscina y, sobre todo, comer en cualquiera de sus tres restaurantes. Marisco, pescado y carne de primerísima calidad.
Como puntos a mejorar, algunas habitaciones y cuartos de baño van necesitando una reforma y su web necesita un lavado de cara en profundidad, sobre todo el contraste de los textos con el fondo, te llegas a dejar un ojo intentando leerlos. En definitiva, un ambiente y arquitectura que también hubiera servido para rodar la serie "Gran Hotel".


El viaje continúa y, saliendo de La Toja paro a almorzar en el restaurante del Club Naútico de Sanxexo, municipio saturado en temporada estival por barrigas cerveceras y camisetas de tirantes. Originariamente, Sanxenxo, se caracterizaba por recibir turismo con clase, sobre todo madrileño, pero eso quedó en el pasado. En la actualidad avalanchas de portugueses y españoles -entre los que tristemente me encuentro yo- intentan clavar su palo de sombrilla en la "Playa de Silgar", no siempre con éxito. Sin embargo, este restaurante ofrece pescado y marisco recién sacado de la mar. Además puedes comer viendo los veleros atracados en su nuevo y famoso puerto deportivo. Junto al restaurante "La Goleta", hablamos de lo mejor para comer en Sanxenxo, y que me perdone Rotilio (dejo un link de Rincones Secretos donde se comenta La Goleta). Es cierto que uno de mis preferidos, Pepe Vieira, ya no lo tengo tan accesible desde que se ha trasladado al municipio cercano de Raxo. Pero les aseguro que merece la pena.

La tarde se me viene encima. Antes de abandonar Sanxenxo, compro albariño "Contraparede" en las bodegas Eidos. El descanso lo obtengo, una vez dejado atrás Galicia, en el "Meliá Hotel de la Reconquista", en el centro de Oviedo. Desde 2009 pasa su gestión a Meliá, buen acierto. Quien tuvo retuvo y, desde hace muchos años, el hotel de la Reconquista es el emblema hotelero de la ciudad pese a ser Oviedo una ciudad que ha crecido mucho en plazas hoteleras en los diez últimos años. Si puedes, alójate en una habitación junior suite o suite. Renovado por última vez en 2005 -le hacía falta- y siendo un portento arquitectónico del XVIII, no puedo continuar sin hablar de lo tremendamente pobre y chabacana que SolMeliá tiene su web. Como otro punto a mejorar, el servicio. Siendo bueno, se le debe exigir más.
No puedo dejar Oviedo sin visitar la confitería Rialto y comprar "moscovitas" y, mis preferidos, "carbayones".

Pongo rumbo hacia Cantabria, no me hospedo en el Hotel Real sino que me voy a un pequeño hotel rural, cerca de la capital, en pleno valle de Cabuerniga, El Camino Real de Selores. Pero de esa parada, y de la siguiente en Bilbao, ya hablaremos en una siguiente entrada.

Nota: No realizo esta vez parada en el Hostal de los Reyes Católicos en Santiago de Compostela. No obstante, existe una crítica extensa al mismo pinchando aquí.

viernes, 16 de marzo de 2012

¿Comer sin vino es de estúpidos?




Sí, me gusta el buen vino, como a casi todo el mundo. Pero que sirva este post como defensa a todas aquellas personas que no siempre piden vino cuando hacen una buena comida.
Estoy hasta el ciruelo de que, cuando voy con mi acompañante a cenar a un buen restaurante y, depositan encima de la mesa la carta de vinos, te miren como si fueras un bicho raro al comunicar al sumiller que no tomaremos vino.

Soy un tanto maniático con las cosas del comer y del beber, sin ser -para nada- conocedor de la amplísima cultura gastronómica y enóloga. Por tanto, si estoy en Copenhague, en Berlín o en Tegucigalpa, lo último que haría sería pedir una botella de vino. Vino que desconozco absolutamente y que, como ya me ha pasado en múltiples ocasiones, cuando lo he pedido, asesorado por el sumiller, no valía ni para regar geranios. Eso sí, la factura realzaba el valor del montante total por el "Chateau de Michifús" o por el "Castello de su puñetera madre". Los experimentos, en casa y con gaseosa.
Yo prefiero un Bloody Mary al principio y una cerveza rubia después. Punto y final. Como mucho, si quiero queso de postre, pido una copa de vino tinto de la casa. Para el queso, digan lo que digan los expertos, cualquier vino es bueno.

Parecido, incluso, me pasa en España. Mi acompañante dice que soy un sibarita. Yo le digo que no. Y es que no me llega a convencer el vino blanco; a lo sumo sólo una o dos marcas de albariño. El resto me da dolor de cabeza y siento resquemor por el vino que se bebe como agua. Por otro lado, el clarete me parece peleón. Y del tinto, aunque conozco varios que me gustan, sinceramente me quedo con Alión de Ribera del Duero y Chafardin, de la misma denominación de origen.

Yo no salgo a cenar con mi acompañante todas las semanas, ya nos gustaría, pero -aunque sólo sean una o dos veces al trimestre, me duele la cartera tener que pagar 70 papeles para un Alión que me lo compro por 37 en la vinoteca de la esquina y nos la bebemos en mi casa tranquilamente entre Macario, Georges, Best y yo. Bueno, en este caso, habría que comprar un par, no una.

Así que, cerveza al poder, aunque sea esa tan mala que lleva la etiqueta de El Bulli de Ferrán Adriá. Eso ni es cerveza ni es ná. Una marca tradicional de toda la vida y ya está.

Por supuesto, no voy a hablar de los aprendices de sibarita que piden carta de aguas. Algunos son tan estúpidos que le hacen la cata, como al vino. Es ridículo contemplar una discusión sobre si es preferible para tal plato un agua tan natural como las de las Fiji o si para tal otro, una menos mineral como esa que lleva cristales de Svarovsky. Esos tontos, luego comen en su casa mortadela para cenar porque por idioteces como estas no les queda ni un duro para pasar el mes. Hay gente para todo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Crónica amarga de un asaltabuffets insaciable



Reconozco que da gustirrinín despertarse sin prisas y pensando que nos espera un festín en la sala de desayunos del hotel. Acostumbrado a que el despertador nos haga sangrar los oídos y desayunar de pie una miserable tostada de margarina barata junto a un café con leche medio frío; huir de la rutina nos ayuda a tomar fuerzas y recargar pilas.
Pero a veces, nos tomamos muy en serio este tema. Tanto que, sin darnos cuenta, llegamos a perder temporalmente básicas virtudes humanas que, inmersos en la rutina diaria, ni por el forro nos pasaría.

Como decía, te despiertas -de manera natural- y, después de darle los buenos días a tu pareja, pasas a afeitarte y darte una ducha relajada. Una vez aseados y bien despiertos, bajamos -o subimos- a la sala de desayunos. Ese momento suele ser de incertidumbre. Primero debes superar el obstáculo de decirle al camarero el número de tu habitación. En ese momento estás algo nervioso. En el fondo sabes que te vas a poner hasta arriba de comida, que tienes todo el tiempo del mundo pero un gusanillo no para de moverse por tu estómago. Ya en la sala, si otro camarero no te acomoda directamente en una mesa -es lo que se debe hacer-, tardas un rato en elegirla. Calculas, en cuestión de milisegundos, la bisectriz de la mesa en comparación con la distancia del mostrador principal del buffet. Haces cálculos sexagesimales de cuánto tardarás en ir y venir a por más comida. A su vez -es increíble la de cosas que tu cerebro puede hacer al mismo tiempo-, quieres una mesa donde estés lo más apartado posible para no pasar la vergüenza de que te vean treinta y dos veces levantándote a por más. En fin, logras posicionarte, expandes la servilleta encima del plato para marcar el territorio y que nadie te quite el sitio y, en silencio sepulcral -es notorio el silencio que suele haber en los buffets de desayuno de los hoteles-, vas a inspeccionar los alimentos de los que dispones. Los jugos gástricos comienzan a hacer mella. El primer mostrador, lo saltas. Sólo los imbéciles toman fruta o cereales cuando puedes comer lo que te salga; eso lo dejas a los de la tercera edad y a los niños. Pasas al principal, ese sí que merece la pena. Jamón, embutidos de toda clase, tabla de quesos, salmón ahumado con salsas que no tienes ni puñetera idea de lo que llevan. Luego te fijas en ese apartado donde están situadas las fuentes con tapadera deslizante que guardan el calor. En ellas están situadas los huevos revueltos, las salchichas, el bacon, el famoso tomate asado y los manidos champiñones. Y, acabando tu inspección, el mostrador con los dulces y tartas, innumerables, y el mostrador con los quinientos cincuenta tipos de pan.
Te pones tan nervioso que, lo primero que haces es servirte una copa de agua. Ya has hecho un viaje. No puedes ir con la copa y servirte un plato. Eso es imposible. Una vez servida el agua, vas a lo imprescindible. El zumo de naranja. Puede ser que hagas cola o no pero si no está el zumo de naranja en tu mesa, tú no comes. Otro viaje más. Luego vas a por el salmón ahumado. Te pones media Noruega en el plato y echas por encima que si salsa tártara, o lo que sea esa densidad blanquecina. Lo llevas, de nuevo, a la mesa. Otro viaje más. Te sientas y ya te empiezas a cagar en todo lo que se menea porque te falta el pan. Te levantas otra vez y vas a por el pan. Después de realizar la engorrosa acción de cortar la barra con la servilleta para no tocarlo  con la mano, lo depositas en un plato, coges dos panecillos más por si te falta y vuelves a emprender el viaje a tu puñetera mesa. Te das cuenta que los abueletes de la mesa de al lado, que han venido más tarde que tú, ya se han ido después de haber tomado yogur, nueces y un kiwi.

Antes de sentarte, te acuerdas de que no has cogido la mantequilla. Y el salmón ahumado no puedes tomarlo sin ella. Esta vez emprendes un nuevo viaje mucho más rápido. Tomas dos o tres pastillitas y enseguida estás en la mesa. Por fin, empiezas a comer. Estás algo sediento y te pimplas de un trago toda la copa de zumo de naranja. Tu acompañante te dice que tengas cuidado, que no ingieras muy rápido para que no te siente mal. Tú, que has pagado ya el desayuno -estaba incluido en el precio de la habitación-, y sabes mucho de economía, pretendes amortizar con creces tal inversión. El salmón es ingestado como si de una ballena cachalote se tratara. La salsa te la tomas a cucharadas. El pan, no lo partes con las manos. Te lo llevas directamente a la boca y, a mordiscos, lo vas comiendo. En un minuto, ya no queda nada. Tú eres feliz porque sabes que tienes a tu disposición mil productos más y que no te van a cobrar ni un duro por enviarlos a tu flamante panza.

Vuelves a emprender otro viaje a por más comida -parecido a como les sucedía a tus antepasados austrolopitecus- y esta vez vas directamente a por la tabla de quesos. Un buen pedazo de cada uno lo vas poniendo en tu plato. Como tienes algo de vergüenza, pones encima de los cuarenta y siete trozos de queso dos lonchas de mortadela para paliar el qué dirán. Regresas a tu guarida. Te sientas. Te cagas en la leche. No tienes zumo. Tráeme uno, por favor, le dices a tu acompañante. Te lo traes tú con las orejas, te responde. Te va a sentar mal tanta comida, imbécil. Como si no hubieras oído nada, te levantas, por trigésimo segunda vez a por más zumo. Traes dos, uno lo pones a tu lado y otro en el de tu acompañante. Pero no es para ella. Es para ti para cuando se te acabe y no tengas que levantarte. Además quedas de vicio, le sirves el zumo a tu acompañante, qué galán.
Has sido inteligente y antes de sentarte has ido a por más pan para el queso. Te lo pimplas en un santiamén y te bebes de un trago tu zumo, el de tu acompañante y el del niño Jesús como se descuide. Ya no tienes más hambre, estás lleno. Pero la economía es más fuerte que la anatomía. Ahora toca lo caliente. Huevos revueltos, bacon, salchichas. Todo ello acompañado de ketchup, mostaza y tabasco -por lo del toque picante-. Regresas a la mesa con el plato que va a estallar pero, como tienes experiencia, vuelves a servirte zumo de naranja -y a tu acompañante también- y coges pan. La tarea comienza a hacerse ardua. Tu acompañante ya está poniendo guasaps sin hacerte ni puñetero caso. Un pequeño sudor frío pero soportable, comienza a brotar por la frente. Acabado ese bacon frito, común en todos los hoteles del mundo, grasiento y medio frío. Esos huevos revueltos que llevan de todo menos huevo y esas salchichas -tipo frankfurt- pero chabacanas y matahambres; una vez acabado todo, limpias el estómago con dos copazos de zumo de naranja. La huerta valenciana se estremece. ¿Nos vamos ya? -dice tu acompañante-. Tenemos que pasear por la zona de los "navigli". Espera, hombre. Aún no he tomado café. Llamas al camarero para que te sirva un café con leche y te levantas otra vez por si lo puedes acompañar de algo dulce, no te vayas a quedar con hambre. Regresas con otro platazo de dulces repletos de colesterol, aún más pervertido que el de las salchichas. Tu cerebro te dice que no los ingieras pero a ese órgano no hay que hacerle caso. Hasta la guinda. Antes de partir a tu habitación, te levantas de nuevo a por agua. De hecho beber agua es lo que estaré haciendo en las próximas seis horas.

Ya en la habitación, te tienes que tumbar en la cama media hora. Tu acompañante quiere ver Milán y tu casi no puedes ni andar. Eres un as de las finanzas, has amortizado con creces tu inversión en el desayuno. Al final, medio doblado, te vas a ver la ciudad. Al salir te das cuenta de que te está entrando una acidez como si te rociaran con sulfúrico el esternón. Empiezas a arrepentirte de lo que has hecho. El zumo de naranja es un manjar pero, aunque sea totalmente natural, mezclado con ciertas sustancias, puede ser más dañino que el arsénico. Tienes sed. Vas comprando agua por todos los chinos con los que te topas. No puedes andar mucho. A la hora del almuerzo, tu acompañante tiene hambre. Tú aún tienes el Stilton y el Camembert en el gaznate. Queríais disfrutar de un libanés muy famoso y, al final, a tomar por saco. Tu acompañante malcome en una miserable cafetería un sandwich vegetal y tú un vaso de agua y un almax. Ese día -que prometía feliz para visitar Milán- ya está estropeado.

No lo volveré a hacer más, repites toda la tarde. Claro que no, no lo volverás a hacer más hasta la mañana siguiente.

viernes, 10 de febrero de 2012

Alfredo, de gira por España. 1ª entrega





Es conocido por mis  lectores que soy un pesimista existencial respecto al número de seguidores de este blog. Aún así, por deferencia a ellos, ya que -aunque en privado- me lo han solicitado, voy a centrarme en  próximos post en los hoteles de lujo españoles. Bajo el título "Alfredo, de gira por España" hablaré de los establecimientos con más clase de nuestro país. No seré tan exhaustivo como frecuento debido a que convertiría en kilométrico este capítulo. Si pierdo, por tanto, dos o tres de mis lectores frecuentes me veré abocado al más absoluto de los fracasos y mi psiquiatra me lo recriminará.

Quiero que se me excuse al no utilizar en esta saga, absolutamente todos los criterios de calidad y rigor sobre los hoteles que, creo, han quedado claros en mis anteriores entradas. Lo digo porque, quitando algunas ciudades españolas (pocas), los hoteles con clase en España no se prodigan efusivamente, que digamos. Por tanto, sin llegar al detalle de ir municipio por municipio, al menos quisiera citar uno de cada Comunidad Autónoma.

Como estoy delimitando el criterio geográfico al ámbito nacional español, espero suscitar interés en el lector y le animo a que rompa el vacío absoluto y gélido del que hacen gala casi todos los buzones de comentarios de cada uno de mis post.

Hace poco, navegando por el ciberespacio a la caza de alguna noticia relacionada con la hostelería, me topé con una acaecida en Australia cuyo contenido afirmaba:

"El artículo dice que los viajeros que esparcen comentarios o reseñas negativas sobre hoteles podrían exponerse a largas y costosas batallas legales. Asimismo, también menciona que algunas páginas de reseñas de hoteles tienen sus términos y condiciones donde subrayan que se los indemnice en caso de alguna difamación difundida sin fundamentos. La mayoría de estas condiciones se encuentran en la letra pequeña de estas páginas y yo nunca me había fijado en ellas sin detenerme a publicar una crítica positiva o negativa. Por lo visto, parece que el miedo a la mala imagen acecha y no estaría mal que revisáramos nuestra libertad de expresión antes de disparar."

Si bien es cierto que Australia queda algo lejos de España, me hizo reflexionar y quiero expresarles con sinceridad, mis queridos lectores, que intento callarme antes de afirmar algo que pueda llevar a la difamación sin fundamentos, empero, no me callaré, ni me harán callar, si mi intención es colaborar a mejorar lo que, de hecho, se hace mal. No se puede permitir que en un hotel de lujo, con el paso del tiempo, adquiera prácticas, o mejor dicho, vicios de hostal de estación de tren de provincias. En España, muy a mi pesar, tales vicios los he encontrado con más profusión que en el resto de Europa, salvando algunos casos.

Comenzaremos en la próxima entrada del blog con Galicia y Asturias.

lunes, 16 de enero de 2012

La prisa. El peor aliado de un hotel de lujo







Si tuviera que afirmar cuál es el principal defecto que puede tener un gran hotel hoy en día, no dudaría en afirmar: la prisa.
Sí, no diría ni los rusos, ni la gestión de un mal equipo de camareras de habitación, ni un director florero, ni un "front-office" salido de "funerarias Pérez", ni una relaciones públicas tímida y apocada. No. Eso puede influir, pero lo peor de todo es que al cliente de un hotel se le transmita el áurea de prisa que -hoy en día más que nunca- me encuentro en muchos buenos hoteles. Me explico.

El huésped de un gran hotel debe tener la sensación en todo momento de que se le mima y de que se le cuida, particularmente a él, independientemente de que conviva con otros 285 huéspedes más. Todos ellos -de manera individual- deben tener el mismo sentimiento de privacidad y exquisito trato.

Algunos lectores ya habrán dejado de leer este post -sobre todo si trabajan en el ramo de la hostelería- acordándose de algún pariente mío. Pero no me cabe otra que decir lo que pienso.

Y no hay mejor manera de expresar lo que uno piensa que con ejemplos.

Al realizar el check-in, el recepcionista debe transmitir sensación de serenidad dentro de la eficaz gestión que tiene que desempeñar en ese momento. Si nos hemos adelantado dos horas a la llegada prevista, no llamará por teléfono a voz en grito ni se ansiará para ver cómo puede alojarnos. Lo hará sin que el cliente se entere de lo que dice o hace, con rapidez pero sin dar sensación de que se va rápido. Si no puede conseguir la habitación, lo comunicará al cliente. Si el cliente es estúpido -algo normal hoy en día- no lo entenderá y protestará diciendo que sus maletas Louis Vuitton se enfrían y van a coger un resfriado. Él lo entenderá y nunca perderá la calma aunque -en ese momento- lo que le sale del alma es coger al Vuitton y a su puñetera tía y estampársela en la cabeza. Si el recepcionista supera este problema con mirada amable y serena, habrá ganado la batalla.

Si la zona de la piscina debe estar lista para la noche y limpia de tumbonas, los encargados no empezarán a recogerlas hasta que esté a punto o haya terminado ya el horario de uso de la piscina. No vale recoger todo y dejar las 8 tumbonas que se están usando en ese momento. Ello provoca en el cliente una sensación extraña, como de falta de trato o de que te están echando dentro del horario de uso de esa instalación.

Si el equipo de camareros del desayuno, una vez acabado el mismo, deben pasar al bar de la piscina, no estarán media hora antes de que acabe el turno de desayunos recogiendo ni apurando el paso porque no llegan para lo siguiente. Aunque haya prisa, se trata, precisamente de no dar sensación de tal.

Pero, antes de seguir, quiero aclarar. La responsabilidad de que ocurran las situaciones comentadas anteriormente, en ningún momento, son responsabilidad ni del recepcionista, ni del personal encargado de la piscina ni de nadie que no sea la dirección del hotel. Ella, precisamente, es la que debe gestionar y dirigir a su personal con las instrucciones  -¡Y medios!- adecuados para llevar a buen puerto sus tareas. Comprendo que el mozo de la piscina empiece a retirar las hamacas una hora y media antes si él sólo debe hacerlo cual costalero de Semana Santa. Es de entender que la camarera de habitaciones corra por los pasillos cual posesa si sólo ella debe realizar 25 servicios.

La dirección de un hotel no sólo debe asegurarse del correcto funcionamiento del mismo. Debe estar muy al tanto de las necesidades de su personal, liderándolo con motivación para que puedan desempeñar una tarea tan subjetiva -ya me entienden- como la de transmitir sensaciones. En este caso la de serenidad, mientras se realiza el cometido concreto indicado. Ello, aparte de otros aspectos muy importantes, se consigue con la formación continuada del personal de un hotel y con el compromiso -por parte del mismo- de la eliminación en la medida de lo posible, de los contratos basura. El hotel que gestiona con eficacia esta situación, tiene el éxito asegurado.