¿Qué pretende este blog?


Mi blog pretende realizar una crítica, lo más completa posible, de los principales hoteles europeos, así como proporcionar instrucciones y usos de protocolo y buenas maneras tanto a los profesionales del sector como a los huéspedes de los establecimientos. Como se observa, todo está basado en la independencia que me caracteriza, no perteneciendo a ninguna empresa relacionada con este mundo. Soy un consultor independiente. Personalmente he visitado cada uno de los locales de los que hablo en este blog.
Es mi capricho, del que llevo disfrutando varios años y quiero poner mis conocimientos y opiniones a disposición de todo aquel que quiera leerlos.
La idea surgió al no encontrar nada en la red - ni siquiera en inglés - sobre auténticas críticas de hoteles, al margen de comentarios de clientes enfadados que "cuelgan" sus quejas en distintas webs como un simple "derecho al pataleo" sin intento alguno de asesorar, construir o mejorar.
Muchas gracias por vuestra atención y colaboración.

martes, 20 de diciembre de 2011

Hostal de los Reyes Católicos. Santiago de Compostela









Web
Pocas veces me he encontrado con una web tan enrevesada como la de Paradores. Es complicada para navegar, muy lenta y con un orden muy poco acorde al resto de páginas webs de otros hoteles. En definitiva, bastante deficiente y muy en consonancia con la cadena Paradores de la que -adelanto- no es plato de buen gusto para mí. Procedí a reservar una habitación doble con una cama supletoria para mi hijo durante dos noches. Lógicamente no lo hice desde su web sino por teléfono hablando directamente con reservas del hotel.

Llegada al hotel y check-in
No conozco un hotel de los muchos que he visitado que gocen de una ubicación tan excepcional como el Parador de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela. En plena Plaza del Obradoiro, pegado -y hablo esta vez sin retórica- a la Catedral, se levanta gallardo este maravilloso edificio del siglo XV, antiguo Hospital Real para los peregrinos que llegaban al culmen del Camino.

Fachada del Hostal desde la Catedral de Santiago

Considerado, por tanto, como el hotel más antiguo del mundo y dejando aparte su fascinante belleza arquitectónica -tanto interior como exterior-, hoy en día tiene más de viejo que de hotel de lujo pero el carácter que le imprime su arquitectura y su privilegiada situación, le permite no dejar de ser un establecimiento deseado por los amantes de los hoteles de lujo de todo el planeta. Además, viene al pelo para peregrinos holgazanes como yo que no quieren dejar pasar la oportunidad de darle un abrazo al Santo pero sin dar más de veinte o treinta pasos.
  
Llegamos al hotel en nuestro vehículo. Desde la salida de la AP9 hasta su puerta se encuentra perfectamente señalizado por toda la ciudad; si bien es cierto que al final del trayecto debes vencer el respeto que infiere meterte de lleno con el coche en plena Plaza del Obradoiro. Ese último camino está prohibido excepto para los huéspedes del hotel. Sin problema puedes aparcar el coche en la misma puerta. Un botones salió a nuestro encuentro para ayudarnos con el equipaje. Inmediatamente, como suelo hacer siempre que viajo en mi coche, le doy las llaves del mismo para despreocuparme de él durante mi estancia. La entrada al edificio por primera vez es una sensación maravillosa. Un pórtico que quita el hipo y una puerta de doble ala acristalada. La recepción -también el concierge- se encuentran en una estancia justo a la derecha.

Puerta de entrada al hotel


Hall de entrada al hotel. Recepción a la derecha

Dos uniformadas recepcionistas atendían en ese momento el mostrador. Fueron amables durante todo el proceso de check-in pero se les notaba un tanto saturadas y nerviosas. Nos dieron la llave de nuestra habitación; una tradicional con un llavero de hierro de unos cuatro o cinco kilos de peso, de esos que parecen más un arma mortal arrojadiza que un llavero. 

Llave y llavero de la habitación.

Un botones nos acompañó con el equipaje a nuestra alcoba. Durante el paseo pudimos contemplar alguno de los preciosos cuatro claustros, muy bien cuidados. Es necesario que la primera vez te acompañe a la habitación alguien del personal del hotel porque, de no ser así, es fácil perderse por los vericuetos de los claustros.

Uno de los preciosos y cuidados claustros del Hostal

La habitación
El botones, una vez que desplegó el reposa maletas y las depositó encima, recibió correctamente la propina y se marchó. La sensación primera de verte en semejante habitación es difícil de describir. Voy a intentarlo. Los techos no son altos, son himaláyicos, llegando a dar la sensación de frialdad. El suelo es de madera pero más usada que el tubo de escape de la vespa de un jipi. Dar un paso en ese suelo -bastante irregular, por cierto- confería un nivel de decibelios bastante inaceptable. El ruido de la madera al ejercitar presión era muy desagradable, sobre todo a las tres de la mañana levantándote a hacer pipí. Hasta el Abad de la Catedral cercana se despertaba cada vez que mi próstata me indicaba visitar el baño. La cama, dos camas separadas, era con dosel y un cabecero de madera clavado a la pared. La comodidad de la cama era aceptable, no así la supletoria que era un auténtico despide yernos. 

Cama

Los cubrecamas eran como de terciopelo, absolutamente atrapa ácaros, de un color bastante poco atractivo, eso sí, en plena conjunción con el resto de la habitación. El mobiliario de la habitación era el mismo que utilizaron Sus Majestades los Reyes Católicos en sus visitas al antiguo hospital. De hecho, la Reina Isabel, solía encontrármela en algunas ocasiones antes de abrir los armarios; Don Fernando estaba dentro. Con todo, hay que decir que era espaciosa, con un sofá tapizado acorde con el cubrecama, sofá que albergaba el catre supletorio y una mesa tocinera espartana justo enfrente, más rayada que un vinilo de Los Pecos. Las cortinas, como puede observarse eran .... lo siento, no tengo palabras para catalogarlas.

Sofá-Cama con mesa tocinera y cortinas
La misma toma pero con lámparas y tapa de radiador con mecedora

Había también una mecedora no sé si para enanitos o una amenitie especial para niños. Era tan pequeñita que no me cabía ni media nalga. Tomé la foto con la llave encima para que se observe el tamaño lo mejor posible. Tuve suerte de que el peso del llavero no destrozara la minimecedora. 

Mini-mecedora. También se intuye el suelo de madera


El baño
Sin ser absolutamente nada del otro mundo, era bastante correcto para lo que se espera de un buen hotel. Espacioso, con dos estancias separadas; en una lavabos y bañera; en la otra bidé e inodoro. El lavabo ocupaba una mesa corrida de mármol con dos pozas amplias y profundas, como debe ser. No soporto esos lavabos mini-malistas -es decir, pequeños y malos- donde todo salpica por todas partes. La grifería era sosa pero efectiva, de doble mando, un poquito trasnochada. 

Toma general de las dos estancias del baño

Las toiletries eran bastante malas, exclusivas para Paradores, y por lo que he podido observar en otros hoteles de la cadena, un tanto Vip, con aromas de uva o una chorrada parecida. Eché en falta la famosa botellita de agua de colonia de Paradores.

Toiletries

La bañera era accesible y amplia con mampara de vidrio, las toallas de las que secan aunque un tanto usadas de más. Zapatillas y albornoces acompañaban el elenco de toiletries. Los vasos del lavabo estaban protegidos por una especie de condón de plasticurri asqueroso. Detesto que los vasos estén protegidos por plástico como si necesitaran una profilaxis especial. Lo correcto es disponerlos boca arriba, justo antes de que el huésped entre a la habitación. A lo sumo, puedo aceptar unos cubrevasos de papel pero prefiero que no pongan nada. Se debe dar por supuesto que en un gran hotel los vasos están impolutos.
Por lo demás, todo en regla, si es que me dejo algo en el tintero.

Lavabos


Antes de acabar con la habitación, debo hacer mención especial al armario. Ya digo que dentro se encontraba Su Majestad Don Fernando el Católico. Con puertas musicales, es decir, chirriaban al abrir y cerrar, tenían una disposición casi medieval, como para depositar túnicas y capas. A mi juicio, poco eficaces a la hora de ajustar y aprovechar el espacio.
La televisión era, sin dudarlo, junto a mi Smartphone, lo más moderno de la habitación.

Armario


Papelera y mueble del televisor


Bares y Restaurantes
Dado que en mi corta estancia en Santiago de Compostela iba acompañado de mi queridísimo e inquieto niño, sólo nos tomamos un piscolavis en el bar del hotel. Cómodo, con muy buen servicio de camareros. Cuando hace buen tiempo y no llueve, algo excepcional en la capital gallega, aprovechan para montar unas mesas en un claustro para poder fumar tranquilamente y tomarse algo al aire libre. No probé, por tanto, el famoso restaurante Dos Reis ni el más informal Enxebre. Sí que desayuné en el hotel en toda mi estancia. Es una de las cosas que más me gustan de Paradores, sus desayunos. Para los asaltabufets que se ponen hasta arriba porque "es gratis", tienen en este Parador un verdadero templo. Productos españoles de muy buena calidad, tanto dulces como salados a granel. Probé el zumo de naranja, muy natural por cierto. Casi no probé nada de salado, tan sólo un poco de buen jamón y algo de queso. La repostería es muy variada y muy sabrosa. Lo mejor, el pan. Lógicamente, estamos en Galicia. Tan sólo comentar que la sala de desayunos está en un lugar un poco incómodo, teniendo que subir varios escalones. Imagino que  no podrá ser de otra manera. Entiendo que habrá un ascensor para quien lo necesite pero no lo vi indicado.

Consideración final
El Hostal de los Reyes Católicos es, junto con el Hostal de San Marcos en León, los catalogados 5 estrellas GL de la cadena Paradores. Otro día haré la crítica del de León, pero no crean que difiere mucho de la de Santiago. Grandes obras arquitectónicas junto a grandes ideas para su conservación; esa es una de los logros de la empresa antes pública, Paradores. Pero, desde su nacimiento en 1928 hasta nuestros días, se han quedado un poco anclados en el pasado. Aún así, tienen una clientela muy numerosa y fiel que le gusta lo que le dan.
En el caso del de Santiago, resaltar sobre todo su servicio y volver a clamar que no conozco otro enclave más maravilloso para un hotel como este, aún cuando en plena plaza del Obradoiro, los indignados habían acampado, cual feudales, desmereciendo, entre otros, el templo donde se encuentran los restos del Apóstol Santiago.

Check-out
Vuelvo a decir que el servicio del hotel es de primerísima calidad. Muy atento y presto un botones nos recogió el equipaje de la habitación. Mientras procedía a pagar, otro ya había situado el coche en la puerta. Nos disponíamos a pasar unos días de vacaciones en familia en Sanxenxo, lugar que frecuento ya desde hace muchos años, muy a mi pesar, del que pronto hablaré en una entrada especial.

viernes, 9 de diciembre de 2011

La televisión de la habitación de un hotel

Ser humano masculino en la habitación de un hotel


Me he decidido, por fin, a hablar de este elemento de la habitación de un hotel, más común aún que la cama. Una habitación puede tener cama, camastro, catre o algo parecido pero, lo que jamás, ninguna puede dejar de tener es una televisión y todo el elenco de accesorios que ella conlleva. Es una estupidez supina pero nadie me podrá negar que, hoy en día, hasta el hostal más barato y cochambroso tiene, dispuesto por algún lugar, una televisión.

Para empezar, hablaremos de su disposición. Los hay que la tienen anclada a la pared, cual hospital bananero, con sistema anti-robo. Otros, los más comunes, la depositan encima de un mueble o mesita; eso sí, siempre de una manera que pueda ser vista desde la cama, o con algún sistema hidráulico o de giro, para visualizarla desde varias perspectivas. Ello, y les habla un ser raro que no tiene televisor en la alcoba de su casa, siempre me ha resultado impactante. Pero, a la par, reconozco que no podría vivir sin tener dicho televisor en la habitación del hotel en donde me hospedo. Toda una auténtica paradoja.

Los hay de varios tipos. Están los hoteles tradicionales -por no decir los trasnochados- que aún conservan los televisores de tubo, toda una verdadera antigüedad. Pero la gran mayoría, utilizan ya las de pantalla plana, ya sean leds o lcds o su puñetera madre, que poseen la gran ventaja de que ocupan menos volumen y son más accesibles a la hora del giro en perspectiva para ser vista desde diferentes ángulos. Muchos hoteles utilizan un mueble ad-hoc para albergar el minibar y la televisión con una especie de puertas para disimularla.

Bien, yo soy de esos que poco después de entrar por primera vez a una habitación de hotel enciendo la tele, algo que no suelo hacer a diario cuando llego a mi casa, pero es que muchas personas, los que pernoctan en hoteles saben lo que digo, tenemos un síndrome raro de cambio de maneras, incluso de personalidad, cuando visitamos establecimientos hoteleros. Sucede que el sistema de mando a distancia de los televisores de hotel es raro, en comparación con los de nuestro domicilio. En algunos lugares, los más rácanos, debes pedirlo en recepción. Tardan varios segundos en encenderse, una vez pulsado el power; a veces entra una sudoración fría, creyendo que está estropeada, el puntito de luz verde parece que no llega. Pero la paciencia confiere la recompensa del encendido de la misma. Una vez cerciorados de su funcionamiento, como trogloditas detrás de una pieza de venado, nos ansiamos hasta conseguir el papelito de los canales de televisión. Cuál autómatas, comenzamos a zapear los nueve mil setecientos treinta y dos canales. En ese momento, se para el tiempo, tu acompañante deja de existir, todo en tu vida deja de tener sentido. Sólo respiras para la gilipollez de ver, uno a uno todos los canales disponibles.
Finalizada la previa, ya nos hemos hecho medianamente con el mando, dejamos el canal turco de noticias o el magazine japonés mientras nos damos una ducha y nos disponemos a salir a cenar. Una vez de vuelta para dormir, justo después de decirle a tu acompañante que cuelgue el "please not disturb" en el pomo de la puerta -tu eres un vago y no lo haces- ya estás otra vez con el mando en la mano, en calzoncillos haciendo otro zaping. Intentas poner algo en español, pero como siempre pasa en la televisión española internacional sólo emiten documentales de pueblos de España rodados en los setenta y continúas, como el cerdito de Toy Story 1, dándole a la tecla hasta llegar al final. Al acabar, continúas con los canales de radio y vuelta a empezar. El mando a distancia, como siempre pasa, tiene cuarenta y cuatro botones, de los cuales sólo están disponibles los del volumen, cambio de canal y power. El resto no valen para nada.

Ya tumbados en la cama, no sueltas el mando ni de coña, tu acompañante te grita diciéndote que quiere dormir y que bajes el sonido. Como han podido comprobar, el ajuste de volumen de los televisores de hotel tiene un gran problema cuando tienes acompañante. No es otro que en el nivel 1 de sonido, molestas y en el 0 no oyes una mierda. Por tanto, la dejas en el cero pero con un ejercicio de pulgar olímpico, sigues pasando canales. Yo suelo siempre acabar en la Rai, viendo, que no oyendo, algún programa de Rafaella Carrá. Otros tragándose la Teletienda rusa, otros una peli de Steven Seagal (estas no hacen falta ser oídas, con la imagen tienes de sobra para seguir perfectamente el argumento), otros lo erótico-festivo de un canal de contactos rumano con chatis que se dejan entrever una teta. En definitiva, un sin fin de estupideces que en la casa de uno ni de lejos haríamos; pero el ser humano masculino es estúpido por naturaleza y, por tanto, dominador de televisiones.

Cuando estamos en la escena de lechazos más auténtica del subproducto de Seagal, otro grito; ¡Apaga la tele que me da claridad y no puedo dormir! Tú, que ya estabas medio en duermevela pegas un brinco y acabas por apagar la tele con el mando; cosa que no basta porque el puntito rojo del power sigue molestando a tu acompañante. Te tienes que levantar, aprovechas para hacer pipí y te pones los cascos del iphone con ondacero de la Rosa de los Vientos o el melenudo de la Ser que habla de extraterrestres. Al final, y es que uno extraña la cama y su almohada, te dan las dos o las tres hasta que consigues dormir, todo por culpa del puñetero televisor de los huevos y de tu supina estupidez por tirar tan absurdamente esas horas de tu vida.

Pero óigame usted, no me de una habitación de hotel sin televisor que no vuelvo.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Don Diógenes Melollevo




Don Diógenes Melollevo es un señor que todos ustedes conocen. Se lo han cruzado en varias ocasiones por los aeropuertos, pasillos de un hotel, han compartido sala de desayuno, ascensor, butaca de avión e, incluso, usted mismo puede llamarse así.

D. Diógenes realiza su equipaje siempre con una maleta de más, vacía,  para traerla de nuevo a casa repleta de material indispensable que ha ido recogiendo allá donde va de viaje.
Ya, en el aeropuerto, toma prestados dos o tres planos del mismo, no se vaya a perder por las ocho terminales del aeropuerto de Zaragoza. Las azafatas de Ryanair aún no lo han localizado pero siempre que D. Diógenes viaja, recogen una revista menos de la que entregan al pasaje. Nunca la lee porque está en inglés y no sabe idiomas pero es indispensable que pase a su posesión. Incluso ha llegado a coger los pañitos que cubren el reposa cabezas de Air Nostrum con el "Murcia Costa Cálida" de propaganda.

Al llegar a su hotel de destino, el Sr. Melollevo, coge un buen puñado de esos caramelos de menta que depositan muchas recepciones en su mostrador. Pide el plano de la ciudad cada vez que sale y entra del hotel.

Es un insaciable devorador de toiletries. Las esconde en los cajones para que el servicio de camareras no se de cuenta. ¡Ay, D. Diógenes! Que se cree usted que no se dan cuenta. ¿Dónde mete los 25 tarritos que colecciona entre los que le dejan por la mañana, en el turn-donwn y los que pide directamente al servicio de habitaciones; dónde están los envases vacíos?

Cuando abre el minibar, no coge ni una fanta de limón, no le vayan a cobrar pero arrasa con los posavasos, el sacacorchos, el abrebotellas, las servilletas y hasta esos palitos mezcladores de los combinados alcohólicos. Y lo hace, aunque ninguno de esos utensilios tenga el logo o el nombre del hotel grabado. Como ven, la maleta vacía de D. Diógenes, se va llenando.

Le encanta la bolsita donde le dejan el periódico cada mañana. Y las esponjitas limpiacalzados le vuelven loco. No puede dejar ni una. Tiene problemas para poder meter en su maleta uno de los utensilios que más le atraen; el paraguas. En ocasiones, deja entrever la puntica del mismo por la cremallera del bulto ya que el diámetro del mismo es superior al de su equipaje; pero le da igual. Hasta se lleva los tarjetones de "please, not disturb" que penden del pomo de la puerta. Las postales del cartapacio de encima del escritorio le vuelven loco, y el mismo cartapacio también. El díptico de los canales de televisión es indispensable para la supervivencia del ser humano. A la maleta que va.

Las perchas. ¡Uy, las perchas! Tiene su casa cuatro cajas llenas de ellas. No las usa jamás pero no puede vencer la fuerza que le tira a llevárselas. ¿Y las zapatillas? ¡Madre mía! Cuatro cajas de esas transparentes de los chinos, totalmente llenas. No valen para nada pero no puede dejarlas.

Con el albornoz no se atreve, eso ya es de cobardes pero ya le gustaría, ya. Alguna toalla que otra ha caído, ¿Verdad, D. Diógenes? Con el secador de pelo tampoco pero se hace violencia para no hacerse con él. Eso sí, con la de Kleenex que tiene podría empapelar su alcoba.

Su desayuno es bufet en todo su amplio significado. Siempre se sitúa en una mesa de esas en esquina donde cree que no le ven. Y vaya si le ven. Acaso ¿Qué va hacer con ese medio kilo de chorizo, cuarto y mitad de queso y cinco panecillos, que no sean bocadillos? Se los mete en su bolso de mano con un disimulo propio de agente secreto y, con lo que saca, ya tiene el almuerzo listo. Hasta la cena.

El señor Melollevo comunica por teléfono con el servicio de habitaciones del orden de cinco a cincuenta veces al día. Pide gel, champú, espuma de afeitar, cuchillas, esponjas limpiacalzado; todo a troche y moche. Y no se lleva el hielo de la cubitera porque se derrite, que si no...