¿Qué pretende este blog?


Mi blog pretende realizar una crítica, lo más completa posible, de los principales hoteles europeos, así como proporcionar instrucciones y usos de protocolo y buenas maneras tanto a los profesionales del sector como a los huéspedes de los establecimientos. Como se observa, todo está basado en la independencia que me caracteriza, no perteneciendo a ninguna empresa relacionada con este mundo. Soy un consultor independiente. Personalmente he visitado cada uno de los locales de los que hablo en este blog.
Es mi capricho, del que llevo disfrutando varios años y quiero poner mis conocimientos y opiniones a disposición de todo aquel que quiera leerlos.
La idea surgió al no encontrar nada en la red - ni siquiera en inglés - sobre auténticas críticas de hoteles, al margen de comentarios de clientes enfadados que "cuelgan" sus quejas en distintas webs como un simple "derecho al pataleo" sin intento alguno de asesorar, construir o mejorar.
Muchas gracias por vuestra atención y colaboración.

martes, 20 de septiembre de 2011

Dolores de spa-lda





Hace poco, en el spa de un gran hotel italiano de la Costa Amalfitana, tuve una experiencia que quiero relatar a continuación. Y es que soy un hombre contumaz. Tengo dolores de espalda, como el 99% de la población mundial, pero claro, los míos son más agudos y graves que los del resto. Al ser un hombre poco deportista -es una absurda expresión puesto que no hago deporte desde el bachiller-, tengo los músculos de la espalda menos desarrollados que una larva de mosquito. Mi traumatólogo, al que le exijo el milagro de que me cure tales dolencias, siempre me indica que no hay más solución que fortalecer los lumbares, cervicales y la zona trapezoidal porque la tengo (la espalda) más blanda que un merengue. Y ese endurecimiento o fortalecimiento sólo es posible con un milagro o haciendo deporte. Siempre evado la segunda opción, intentando quedarme con la primera. Sinceramente no sé cual de las dos es más factible en mi persona.

Pues bien, como siempre estoy esperando esa curación milagrosa, devoro el menú de tratamientos de los spas de los hoteles que visito. Hay que partir de la premisa, como ya he indicado en otros escritos, que no me gusta que me soben, soy un tanto reacio a recibir tratamientos estéticos tales como envolturas, pillings y metrosexualidades varias, algo que a mi acompañante le chifla y no puede soportar no envolverse como una croqueta en cualquier sustancia densa con el fin de conseguir una piel tersa y brillante, de terciopelo; aunque sea sólo por un día y medio -es lo que suele durar el efecto-.
Por tanto, voy directamente a los masajes. Mi acompañante, recordándome pasados acontecimientos a olvidar con tales intervenciones (les aconsejo, si no lo han hecho ya, que consulten este post), siempre intenta que decline tales medidas pero como soy un terco obcecado y, no olvidemos, busco el milagro de mi curación, mi inconsciente cree que con un tratamiento de 50 minutos, renaceré nuevo, con la espalda de Jean Cleaud Van Dame, tipo "levántate y anda". Como pasa siempre, desoí las indicaciones de mi acompañante, algo de lo que me arrepentí nada más acabar la terapia, y aún terminándola.

Concerté cita con reservas del spa para un masaje descontracturante, que incidía directamente en las dolencias de espalda. Dos horas antes de comenzar, ya me encontraba nervioso puesto que en mi contradicción absoluta, grito de dolor cuando se ejerce presión en cualquier punto de mi espalda, lógicamente debido a su debilidad. Eso, aparte de vaciar el botiquín de antiinflamatorios al acabar el manoseo. Es tal el miedo, que utilizo los primeros veinte minutos para explicar al terapeuta cuál es mi situación con el fin de que no me haga daño. Pero esta vez, fue tal mi exposición, llena de imploraciones y ruegos, que decidió cambiar el tratamiento por otro más indicado a mi situación.

¿No le han entregado el tanga desechable? -Me indicó amablemente el terapeuta. Esta vez, por fin, no me había tocado un mastodonte de dos por dos con la espalda tipo armario empotrado y una edad más cercana a la jubilación que a la Universidad. Era un chico más bien bajo, bien parecido, y de complexión muy fina, rubio con ojos azules y de sonrisa serena. Le contesté que sí, que me lo habían entregado pero que prefería utilizar mi traje de baño. Eso que te dan a la entrada del spa, en los vestuarios, debería estar prohibido para los hombres. Una vez me puse uno y me miré al espejo; lloré amargamente de la vergüenza que me causé a mí mismo. Juré nunca más volver a utilizarlo. Lógicamente no le expliqué al profesional el porqué de mi negativa. Seguramente le di la impresión de ser un remilgado vergonzoso. Pero me dió igual. Prefiero quedar de ñoño que de sátiro impúdico con semejante prenda -por llamar a ese papel de alguna manera-.

Al acabar mi "spich" de náusea existencial sobre mi espalda, pude cerciorarme que al terapeuta le había importado un bledo todo lo dicho y creo que más por miedo que por otra cosa, me dijo lo siguiente.
Mire usted, esta vez, posiblemente, no vamos a "entrar" (me imagino que sería a la espalda). Comenzaremos por una sesión de ultrasonidos que incidirán positivamente sobre su región lumbar. Posteriormente continuaremos con una auriculoterapia que le relejará toda la zona. Acabaremos con una reflexología de pies incidiendo en las terminaciones que nos interesan y una envoltura en lava volcánica para tonificar esos mantecosos músculos de su espalda.

Al acabar de escucharle, tuve miedo. Eso de la auriculoterapia me sonaba mal y no me atreví por vergüenza a que me explicara más en profundidad su significado. Aparte, yo creía haberle dicho que me dolía la espalda y nada de lo que me había indicado parecía que fuera destinado anatómicamente a esa parte de mi cuerpo. Pero, impactado, no me dio tiempo a reaccionar y en un minuto me ví tumbado en la camilla boca arriba. 

¡No se acueste usted!, me dijo. Póngase sentado que le voy a pasar la máquina. Pegué un brinco y tras diez minutos de ultrasonidos, tenía la cadera doblada de la postura tan incómoda en la que me encontraba. Bien, me comentó Titto, ese era el nombre del fisioterapeuta. Seguro que se encuentra algo mejor. Pues sí, le dije. Parece que no me duele tanto. Eso era mentira porque no había notado nada salvo lo incómodo que me encontraba sentado en esa camilla tan alta -más parecida a un altar de sacrificios azteca que a una cama- ya que no me llegaban los piés al suelo.
Acuéstese ahora boca arriba para proceder a la auriculoterapia. Ello me tranquilizó puesto que esa postura no dejaba al aire la parte de mi cuerpo a la que yo creía que iba destinada tal intervención. De repente y sin avisar, Titto, me empieza a destrozar las orejas con tal fuerza y presión que no sentía desde mi edad escolar, cuando algún profesor me levantaba en peso por alguna de ellas. Diez interminables minutos después, acabó de ejercitar dicha presión. Le he tocado los puntos que inciden directamente sobre su espalda para que note mejoría. Yo no sé si tenía mejor o peor los puntos pero las orejas me echaban fuego, rojas como un tomate e indirectamente, Titto, comenzaba a tocarme otra cosa.

Ahora vamos a proceder a una pequeña sesión de reflexología en los pies. Mire usted, Titto, tengo muchas cosquillas y no sé cómo lo voy a soportar. La reflexología no da cosquillas, caballero, me dijo. Y su puñetera madre que no da cosquillas. Era tal la fuerza con la que me presionaba los piés que más que cosquillas era un intenso dolor que no daba, en ningún momento, márgen a ningún tipo de placer. Terminada la dolorosa sesión, por fin, de reflexología, dí gracias a Dios, me levanté como bien pude de la camilla de tratamientos y me empecé a poner el albornoz. ¿Pero qué está usted haciendo? -Me dijo Titto. Pues ponerme el albornoz -le dije. No hemos terminado. Aún queda el tratamiento envolvente en lava volcánica. Estuve a punto de mandarlo a tomar por saco pero, cortésmente, como oveja llevada al matadero, volví a desprenderme de la tan ansiada prenda y me subí al potro de tortura, cabizbajo, interiormente cagándome en mi pena y pidiendo disculpas. Miré el reloj y llevábamos una hora y cinco minutos, cuando el total estipulado de la sesión era de cincuenta minutos; pero claro, no hay que olvidar que Titto, oída mi náusea existencial del principio, optó por cambiar el tratamiento, que coincidencia que fuera a más y no a menos tiempo utilizado.

Bien, acuéstese boca arriba en esta otra camilla que tengo preparada con un barro especial de lava volcánica. Va a estar veinte minutos en ella. Notará, al principio, que está muy fría. Conforme vaya avanzando el tiempo sentirá que se irá calentando y acabará notando unas burbujas al final. No se preocupe que la sensación es agradable. Obedecí en todo lo que me exhortaba Titto y, si bien es cierto que al tumbarme noté frío, lo agradecí puesto que mi cuerpo, entre el calentón de las orejas, la espalda destrozada y los pies descoyunturados, no estaba ya para muchos trotes. Pero eso se iba poniendo caliente, y más caliente. Si bien es cierto que no llegaba a quemar, llegué a sentir al mismísimo Vesubio en mi espalda vertiendo lava a cantidades ingentes. Unas burbujas, similares a las del arroz cuando se está cuajando, no paraban de brotar rompiéndose en mi espalda. En ese momento, se me saltaron las lágrimas, no tanto de dolor sino recordando las palabras de mi acompañante disuadiéndome de los tratamientos de masaje y recomendándome un tratamiento facial de luminosidad instantánea y rescatador de la piel. ¡Qué imbécil soy! -pensé. Ya habrá acabado de darse el suyo y yo aquí sufriendo. Y más que sufrí cuando firmé la factura a la salida.
Cuando la lava volcánica se iba enfriando, Titto, la retiró y limpió la zona afectada que no llegó a ser nombrada catástrofe natural, pero casi.

¿A que se siente usted, ahora que hemos acabado, mucho mejor? Por supuesto, Titto, tiene usted unas manos de santo. Eso fue lo que le dije pero, obviamente, sólo pensaba en su padre. Mientras -esta vez correctamente-  me vestía el albornoz, el terapeuta me indicó que semanalmente debía, en mi lugar de origen, aplicarme lo mismo que él había hecho en un centro especializado para ello. Yo le afirmé que sería lo primero que haría al llegar a mi ciudad de residencia, sólo quería que se callara y me dejara ir de una vez. Pásese por la piscina de tratamientos y relájese unos diez minutos más, antes de marchar, me dijo. Le despedí con un apretón de manos, de esos lánguidos porque no me quedaban fuerzas, dándole la impresión de que me había curado y fui, doblado, arrastrando los pies, directamente a los vestuarios puesto que me estaba haciendo pipí.
Antes de tirar de la cadena noté cómo un ruido salía del armario de las taquillas, que se hacía más intenso cercano al número 15, que era la mía. La abrí y era el vibrador de mi teléfono que echaba humo de WhatsApp de mi acompañante con agradables mensajes tales como "Imbécil, dónde te metes", "Hace media hora que he terminado", "Te espero en la habitación, subnormal" y piropos varios. Rápidamente me cambié de ropa, firmé la dolorosa -que vaya si era dolorosa-, era el doble de lo que esperaba y me fui corriendo como pude a la habitación para reunirme con mi acompañante. Una vez tomado dos sobres de ibuprofeno por el dolor que sentía, le comenté todo lo acaecido. -Te lo dije, nunca me haces caso. Siempre te das masajes y acabas una semana que no te puedes mover. Mira mi piel, suave, tersa, luminosa, como de terciopelo. Si hubieras hecho lo que te dije te habrían quitado toda la grasa acumulada en tu cabezón y no estarías como un deshecho.

Sí, mi cielo, tienes toda la razón.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Hostal de la Gavina. S´Agaró. Costa Brava









Web
Es uno de los puntos a mejorar. Tiene una ágil y rápida navegación donde se encuentra con facilidad lo que se busca. Al mismo tiempo, refleja con certeza las características y servicios principales del hotel. Pero está un poco desactualizada en cuanto al diseño. Un lavado de cara sería muy recomendable. La gestión de reservas la tienen a través de "mysihot.net" que, sinceramente, no me acaba de convencer lo más mínimo.
Utilicé esta vez, como casi siempre, la central de reservas "The Leading Hotels of the World", a la que pertenece el establecimiento, vía telefónica. Me atendieron muy amable y eficazmente, como siempre. Reservé una estancia para el mes de julio de 3 noches, una habitación superior con una cuna.

Llegada al hotel y check-in
El Hostal de la Gavina es un emblemático hotel situado en la localidad gerundense de S´agaró, prácticamente pegado al municipio de San Feliú de Guixols. Data de comienzos del pasado siglo y siempre ha sido propiedad particular de la familia Ensesa.
Nos trasladamos en nuestro vehículo y he de decir que sorprende la poca masificación de turismo de la zona. Teniendo en cuenta que San Feliú y Platya d´Aro son unos auténticos hervideros de gente, S´Agaró no llega a sufrir la cantidad ingente de turismo, sobre todo de "patacón". Abarcando un pequeño cabo que une las maravillosas playas de Sant Pol y cala  Sa Conca, poco modificadas por la mano del hombre, se alza con gallardía y nobleza el Hostal de la Gavina.

Vista aérea del hotel


Situación del hotel entre cala Sa Conca y playa de Sant Pol


Soportal de entrada al hotel


El hotel está dentro de una urbanización privada con acceso vigilado. Una vez que el guarda de seguridad nos abre la barrera -o mejor dicho-, nos baja el pivote, aunque queda feo decirlo así, tan sólo hay que subir una pequeña cuesta y se encuentra el Hostal. Nada más estacionar el coche en la puerta, un botones de cierta edad pero de muy buenos modales y muy acogedor nos ayuda con el equipaje. La entrada principal al hotel desde la calle es preciosa y, justo al pasar la puerta, a mano derecha, entras en un fabuloso y fastuoso hall circular donde se encuentra situado el mostrador de recepción.

Hall de recepción del Hostal


El check-in fue rápido y muy cordial. El recepcionista, no me acuerdo de su nombre, un señor alto y moreno, nos comentó que habíamos sufrido por gentileza del hotel un "upgrade" a suite. Yo se lo agradecí expresamente, habida cuenta de que una suite en el Hostal de la Gavina en el mes de julio y agosto alcanza un precio que, al menos mi economía, no puede permitirse. Además, yo reservé una oferta a través de Leading con un precio de habitación unas cuatro veces inferior al de la suite. Estoy muy agradecido por tan gentil gesto. Y el hotel no estaba vacío.
El mismo recepcionista nos acompañó a la habitación. Antes de seguir quiero decir lo siguiente. Si usted busca un hotel de diseño innovador, con última tecnología en habitaciones y absolutamente minimalista, el Hostal de la Gavina no es su tipo de hotel. En cambio, si usted requiere de tranquilidad y sosiego, decoración tradicional (típica de la zona) en perfecta armonía con la naturaleza que le rodea, muebles de época, antigüedades -que no cosas antiguas- y ambiente discreto; encontrarán en La Gavina su remanso de paz.

Entrada al hall del hotel desde los jardines


La habitación estaba distribuida de la siguiente manera; la entrada daba a un salón con dos sillones y un sofá rodeando una mesa baja de mármol. Enfrente un taquillón de madera noble con cajones y un mueble que su interior cobijaba el minibar y encima una televisión de plasma o como se diga hoy en día con la terminología de las televisiones.

Sala de estar justo a la entrada de la habitación


Otro detalle de la sala de estar de la habitación


El suelo de toda la habitación era de madera. Por un pasillo amplio se llegaba al dormitorio y, en mitad de dicho pasillo se encontraba la entrada del cuarto de baño. En este punto debo decir que el baño, dividido en dos estancias (una lavabo y bañera; otra bidé e inodoro) era bastante pequeño para ser suite; mejor dicho, más que pequeño era muy estrecho. Toda la porcelana del baño era de primerísima calidad, la grifería era preciosa y las toiletries, de la firma Azzaro -línea Chrome- no eran malas aunque su diseño (me refiero a los envases) y su posición dentro del baño, no eran muy atractivos a la vista, como puede intuirse en la foto. La ducha funcionaba a una presión adecuada aunque sería recomendable ajustar el termostato frío-calor. Las toallas eran muy buenas y bien lavadas; no me refiero por bien lavadas a que no estuvieran sucias sino a que muchas veces, las toallas de los hoteles las lavan con unos detergentes que desprenden un hedor que deja mucho que desear. Lógicamente contaba con albornoces y zapatillas; ah, y la bañera tenía mampara y no una birriosa cortinilla.

Detalle del baño. Lamento que el inodoro esté groseramente destapado, no es responsabilidad del hotel


Continuando con la alcoba, la cama, tamaño king, estaba flanqueada a ambos lados por armarios con buena distribución, suficientes perchas, caja fuerte de fácil apertura y suficiente espacio para guardar en los mismos las maletas. El colchón era cómodo y la ropa de cama de muy buen algodón. Frente a la cama estaba situada la cuna muy bien hecha, junto a ella un sillón bajo para calzarse. Las cortinas, a juego con el cubrecama, aunque parezca a simple vista las utilizadas por la familia Trapp en "The Sound of Music", no desentonaban en el conjunto de la decoración de la habitación y en el contexto global del hotel.

Detalle de la cama que rápidamente fue convertida en tamaño King

Detalle del dormitorio con la terraza al fondo


Y al final , la fabulosa terraza, amplísima con mesa y dos sillas. Era un primer piso, suficiente para fumar tranquilamente sin molestar a nadie y contemplar el mar. Como aspecto a mejorar de la habitación, destacaría que la tarima de madera del suelo hace bastante ruido (pero eso es lo que tienen los suelos nobles). El turndown es correcto pero no perfecto. Es muy de agradecer que repongan el agua diariamente y la fruta fresca. Hay que hacer lo mismo con las toiletries. Me encanta el detalle de que la televisión no esté situada en el dormitorio sino en la sala de estar. La wifi funcionaba bien pero necesita un poco más de  fuerza en su cobertura. El aire acondicionado era perfecto, proporcionaba frío más que suficiente sin ningún ruido. Todas las persianas de la habitación, excepto la salida a la terraza, tenían sistema eléctrico de apertura y cierre de persianas. Y toda la habitación se encontraba muy bien dotada de tomas de electricidad.

Detalle de la terraza

Vista de la habitación desde la terraza

Preciosas vistas desde la terraza de la habitación




La piscina
Últimamente reconozco que estoy un poco maniático con el servicio que se debe ofrecer en el área de la piscina de un hotel. La del Hostal de la Gavina, hay que reconocer que es amplia, con una perfecta temperatura del agua, de profundidad progresiva y con un acceso cómodo para patanes como yo. Es decir, una persona puede bañarse tranquilamente en ella sin ser Johnny Weissmüller. Está atendida por un mozo que no parecía pasar por sus mejores días, o al menos esa fue  mi impresión. Tardaba en atenderte y parecía hacerte un favor dándote una sola toalla. Vamos  a ver, y me dirijo en esta ocasión a las direcciones de los hoteles: ¿Por qué en la zona de la piscina se le da al cliente una sola toalla? Esa toalla la debe depositar no el cliente sino el mozo extendida en la tumbona para guardar la higiene. Pero entonces ¿Con qué me seco al salir del agua; lo hago al aire? Siempre se debe entregar a cada usuario dos unidades, una para la tumbona y otra para su uso personal. Es más -y que me perdonen los medioambientalistas- lo perfecto serían tres unidades ya que con una toalla, por muy larga que sea, no se llega a cubrir la totalidad del cojín de la hamaca.
Dicho esto, la zona de la piscina era muy silenciosa y relajante, con una zona de cabañas  privadas en un extremo. Aún no he hablado de mi querido hijo de tres años recién cumplidos pero, como habrán observado, la cuna no era para mi sino para él. El hotel da la bienvenida a los niños pero he de reconocer que no había muchos en los tres días que duró nuestra estancia; aún así, había niños. Sucede que es intrínseco a la genética de un niño español -aunque esté educado en la guardería de la Universidad de Oxford- el gritar. Yo, que tengo el síndrome del "padre bofetada" (aconsejo consultar este post antes de seguir leyendo), utilicé mis dieciocho sentidos durante el tiempo que estábamos en la piscina para que el tono de voz fuera lo más bajo posible. Pero he de reconocer que no podemos catalogar al Hostal de la Gavina como un hotel preferente para ir con niños, sobre todo menores de cuatro o cinco años. Eso sí, los buenos hoteles, como el que estamos hablando, saben tratarlos, sobre todo los meses estivales con actividades especiales para ellos. Pensar que un hotel de lujo, hoy en día, no esté preparado en la campaña estival para recibir a niños, es un no-servicio que -a mi juicio- bastaría para rebajar su categoría directamente.

Piscina del hotel con la zona de cabañas al fondo




Detalle de la piscina con el bar al fondo



Bares y Restaurantes
He de afirmar que, a diferencia de otros hoteles que visito, no he frecuentado mucho los bares y restaurantes del Hostal. El primer día almorzamos en la acogedora y preciosa terraza de la entrada, cubierta de árboles. Para unos spaguettis, una hamburguesa y un sandwich tardaron 55 minutos en servirlo. Todo estaba riquísimo pero mantener entretenido 55 minutos con hambre a un niño es tarea ardua y dura. Además, no había en ese momento nadie más comiendo. Es un punto a mejorar la espera en este aspecto, sobre todo en los meses de verano.

Terraza situada a la entrada del hotel desde la calle


Lo demás fueron consumiciones sueltas en el bar de la piscina. No pude probar el Candeligh ni la terraza del Garbí porque no me atreví a ir con el niño; pero he de afirmar que me quedé con las ganas.
El desayuno lo disfrutamos en la terraza del "Villa d´Este", perfectamente dirigida por su responsable, no recuerdo tampoco su nombre. El zumo de naranja era fresco y recién exprimido y las materias primas de primerísima calidad con alimentos típicos de la zona como fuet y butifarra, todo cortado con excesiva delgadez. El día que salió más soleado nos metimos dentro y también se está comodísimo con un buen aire acondicionado.
Tengo que advertir que los precios de las consumiciones son altos, a mi juicio, muy altos. Para hacer una comparativa, son más elevados -por lo general- que los que pude observar en el Hotel Cipriani & Palazzo Vendramin de Venecia. Pero eso es algo que no me incumbe y que la dirección del hotel sabrá porqué.

Bar de la piscina




Preciosa y acogedora terraza del Garbí


Instalaciones y servicios del hotel
El Hostal de la Gavina tiene una situación privilegiada. Andando no más de 2 minutos llegas a directamente a la playa. Si bien es cierto que en los tres días que estuvimos no nos acompañó del todo el buen tiempo, pudimos refrescarnos con un agradable baño en la playa. Y lo más agradable es saber que a dos minutos tienes tu habitación.

Vista del hotel desde la playa de Sant Pol

El spa, como pueden deducir, no lo probé. No solamente porque no soy muy amigo de dichos lugares sino por el niño. No obstante, le eché un vistazo y no tenía mala pinta. La piscina no era muy grande pero suficiente. El menú de tratamientos era más que notable, al menos para lo que yo demando. Los productos eran del Grupo Kanebo de la línea Sensai; en fin, muy buen lugar para descansar sin perder las vistas al mar.

Piscina de tratamientos del Spa con maravillosas vistas al mar



El Concierge está situado en un mostrador justo enfrente de la entrada principal. Tiene una sensación extraña puesto que hace un efecto óptico un tanto de cueva. No precisamos sus servicios en nuestra estancia por lo que no puedo hablar. No obstante, su personal no siempre se encuentra a la vista (lo mismo pasa en recepción) y se agradecería estar un poco más al tanto por si hay un cliente esperando. Algunos nostálgicos un tanto apolillados como yo, nos encantaría el famoso timbre de película situado encima del mostrador, para captar la atención del profesional.
El parking del hotel es gratuito, exterior y de tierra; eso sí cubierto con techumbre para no recalentar los vehículos en exceso. Es de muy fácil acceso por parte de los clientes.
Pero he de resaltar la amabilidad que en todo momento tuvieron las camareras de las habitaciones. La mayoría de cierta edad -y que me perdonen por mi grosería- por lo que pude notar que es un hotel que cuida a su personal y no utiliza contratos basura de temporada, reponiendo de año en año a nuevas personas. Para muestra, pedimos que nos secaran los bañadores y nos los devolvieron en cesta de mimbre envueltos en papel de tintorería; y sin coste alguno. Eso es un detalle exquisito. Ya saben mis lectores que detesto a los zafios que cuelgan en los balcones a la vista sus toallas y bañadores para secar.

Detalle de presentación del secado de bañadores



Check-out y salida del hotel
Absolutamente correcta la factura con lo consumido. Muy rápido y amable, tanto la recogida del equipaje de la habitación y su traslado al vehículo como el pago en recepción. Nos despidieron cordialmente dos señoritas que en ese momento realizaban su turno. Me marché con buen sabor de boca del Hostal de la Gavina, agradezco el detalle que tuvieron con su "upgrade" a suite y, tan sólo decir que el tiempo no nos acompañó del todo, pero ¡Qué verano loco este de 2011!

Apunte final
He querido, a modo de posdata, introducir este apunte puesto que me parece injusto el daño que muchas personas pueden realizar en páginas webs hiperconocidas como TripAdvisor a establecimientos hoteleros. Respetando, faltaría más, cualquier opinión que se vierte en su contenido, en el caso que nos ocupa, estuve a punto de no acudir al Hostal de la Gavina por culpa de algunas de  las críticas apuntadas en dicha web. Aunque no pongo en duda nada de lo allí dicho, hay que mirar muy mucho antes de escribir una reseña, ya que se puede hacer mucho daño si damos rienda suelta a nuestro derecho al pataleo únicamente, por motivos nimios y tontos. Por mi parte, sería un estúpido si afirmara que el Hostal de la Gavina es una filfa por haber esperado en un almuerzo 55 minutos, porque el mozo de la piscina estab un tanto estúpido el primer día  y porque la madera del suelo de la habitación hacía ruido. Las cosas en su justa medida, se deben reflejar para que puedan ser corregidas siempre con el ánimo de construir y nunca destruir. ¡Ah!, Para los que crean que soy un aprovechado y que pudiera darse la casualidad de que el hotel anteriormente conocía mi blog y deseaba una buena crítica, el hostal de la Gavina desconoce mi verdadero nombre de pila.

Volveremos, Dios mediante, a visitar a este espléndido hotel de la Costa Brava.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Viajar con niños. Síndrome del "padre bofetada"



Era una noche lluviosa y no había nada en la tele que se pudiera ver, ni House, ni el Deluxe y el hastío comenzaba a hacer mella en mi acompañante; yo ya me encontraba inmerso en él. ¿Por qué no nos vamos este verano unos días de vacaciones a un hotel? -me dijo. Le respondí, que por supuesto, que nos hacía falta ya que el niño nos tenía confinados en nuestro lugar de residencia. Le dije, dejamos al niño con mis padres y tú y yo nos tomamos dos o tres días, como solemos hacer. No, contestó. Esta vez nos llevamos a nuestro hijo con nosotros.
Las gotas de sudor que empezaron a brotar desde mi frente por la sentencia de mi acompañante, empezaron a confundirse con las de la lluvia del exterior. ¿Estás segura de lo que dices? Tiene dos años. ¡Alfredo! -me dijo-, tiene que acostumbrarse a viajar con sus padres; en octubre nace nuestro segundo hijo y sólo te quedan dos opciones, empezar a viajar con niños o estar unos cuantos años sin salir de casa. Tus padres se quedan bien con uno pero con los dos me parece que naranjas de la China.

Esa noche, ya en la cama, tardé mucho en conciliar el sueño. He de comenzar diciendo que tengo el síndrome del "padre bofetada". Ese síndrome tiene síntomas como una intensa sudoración instantánea cuando el niño grita en la piscina de un hotel, pinchazos de estómago cuando son las tantas de la madrugada y el niño no se ha dormido, dolores agudos de cólico cuando utiliza el tenedor y la cuchara como baquetas y el plato como tambor, dolores intensos de cabeza cuando por cualquier circunstancia y en cualquier momento se pone a llorar, dolores que llegan a migraña cuando el llanto se convierte en rabieta. En fin, estos son los síntomas más conocidos de esta enfermedad que padezco que, adelanto, no es fácil de curar y cuyo tratamiento son unas pastillas 5d muy difíciles de conseguir en el mercado farmaceútico actual.

Enlazando con la exhortación de mi acompañante de la que hablaba anteriormente y, teniendo en cuenta que mi enfermedad había salido de nuevo a la luz, me puse manos a la obra para seleccionar destino y hotel. Acordamos pasar tres noches en un lugar tranquilo en el mes de julio. Yo, que tengo mucha destreza para buscar buenos hoteles, me encontré delante del ordenador sin saber qué hacer. Me venía a la mente un hotel y, automáticamente, mi imaginación volaba viéndome con mi hijo en él. Me construía la idea de ver al señor gordo y calvo de la tumbona de al lado, siendo salpicado con agua por mi hijo, al camarero del restaurante, recogiendo el tenedor del suelo y sustituyéndolo innumerables ocasiones, al huésped de la habitación contigua quejándose en recepción por el llanto; en fin, estos son otros tres síntomas más del síndrome -cada vez más extendido- del "padre bofetada", el cual padezco y sufro.

Con la ayuda de mi acompañante, que a la par, como ya saben, también es mi médico, fui superando estos primeros síntomas que se dan en la fase preparatoria de la estancia en el hotel. Las pastillas 5d -también llamadas 5f en otros países- me empezaban a hacer efecto. Lo siguiente a superar en mi ansiada cura, fue limar los criterios de selección de hotel. Piscina para niños y Kid´s Club eran dos servicios esenciales que debía tener el hotel cuando en el resto de mis viajes ni me planteaba dicho tema. Pero hete aquí, que en la mayoría de hoteles el Kid´s Club es para edades superiores al mío y todos me respondían que un progenitor o cuidador debería estar en todo momento a cargo de la criatura. Ello me resultaba altamente gilipollesco puesto para qué puñetas quiero un Kid´s Club si no es para poder descargar del cuidado del niño durante un rato de tiempo. Si tengo que estar yo presente no me hace falta. Algunos hoteles como el Sheraton Algarve o el Vila Vita Parc Resort de Portugal, tenían un club de niños donde aceptaban a edades de dos años, e incluso inferiores. No pudimos elegirlo porque el Algarve portugués dista casi 1.200 kilómetros de nuestro lugar de residencia y -eso sí- no he podido superar el principal síntoma de mi enfermedad, viajar en avión con niños. Por tanto, el coche era nuestro único vehículo posible. Lo que les digo es realmente cierto, no encontré ningún hotel de lujo de sol y playa que me admitieran a mi hijo de dos años salvo contratación de una niñera, algo de lo que mi acompañante recela pero que, sinceramente, no me parece del todo descabellado. Fue así como me olvidé de que el hotel a elegir tuviera dicho servicio.

Respecto a la piscina para niños es cierto que, sin ser del todo común, son varios los hoteles que la poseen. Pero uno ya tiene experiencia en estar en una piscina de niños con niños. Me veía doblado con los riñones hechos trizas en la piscina para niños o metido en la de mayores con él y sus manguitos y -al menos- remojado al fresco. Opté por esta última. Así que mis dos requisitos imprescindibles se fueron a tomar viento.

Con una doble dosis de 5d que me suministró mi acompañante antes de desayunar, partimos hacia S´Agaró, exactamente al Hostal de la Gavina, donde -al final- decidí pasar tres días con mi acompañante y mi hijo. No llegó a desaparecerme la ansiedad en el trayecto con tal alta dosis. Pero disfrutamos, el niño se portó como un niño, mucho mejor de lo que yo creía. Durmió a sus horas, no salpicó mucho al señor gordo de la tumbona de al lado, sólo tiró los cubiertos al suelo una vez, comió sin gritar casi nada y no recibí ninguna queja de ningún huésped ni de la dirección del hotel.

Por tanto, mi síndrome de "padre bofetada" estaba desapareciendo. Y ahora hablando en román paladino. ¿Qué significa eso del "padre bofetada"? Pues es ese tipo de padre imbécil que es un "quedabien", que se angustia por cualquier tontería de sus niños, que no vive por si molestan a los demás y que, en el fondo es un "rajao" y un tanto cobarde. Las pastillas 5d de las que hablaba son una buena bofetada -de ahí el nombre del síndrome- que te deben estampar cuando te pones de semejante estupidez (cinco dedos o cinco fingers, según el idioma -5d-).

En el otro extremo de la enfermedad se encuentra el "padre subnormal" que es ese que le importa un pimiento que sus hijos se comporten como chimpancés y hagan que la estancia del resto de huéspedes se convierta en un infierno. Pero eso ya es otra historia de la que ya hablaré algo en sucesivas entradas.